Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

lunes, 30 de noviembre de 2015

Nada es para siempre y menos que nada, una casa

Tenemos tendencia a pensar que el futuro es un comprimido que nos afecta relativamente, pero la realidad es que es el lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida, con sus agujeros, sus amaneceres y todo el aparato que nos acompaña desde siempre. Puesto que es un territorio incierto, todo aquello que nos ancla al ahora nos parece tierra firme y nos brinda cierta seguridad. No le tenemos mucho cariño al mañana, ni mucho miedo, porque la realidad es que nadie consigue atraparlo lo que impide un mínimo de familiaridad con él. Pero está ahí y, aunque el futuro ya no es lo que era —como dijo Valery—, debería preocuparnos un poco más.


Casa El Bosque, arquitectura de Ramón Esteve. Fotografías de Mariela Apollonio, cortesía revista Casa Viva.

Entre esas cosas que estabilizan nuestro ánimo, en uno de los primeros puestos, junto al contrato indefinido y el Informe Semanal, está la casa que no en balde también se apellida inmueble, con toda la intención de la palabra. El hogar era, hasta hace poco, la promesa de orden y seguridad convertida en objeto real y tangible con sus cortinas y sus ladrillos, la base de la armonía familiar y el arraigo a un territorio. La primera preocupación de una pareja cuando se comprometían a un proyecto de matrimonio y el referente de niños y ancianos cuando llegaba la noche. La casa era tradicionalmente un templo inmutable, destinado a contener vidas enteras, cuando no varias generaciones de gente que se sucedían bajo su amparo. Las viejas masías recuperadas en las zonas rurales aún conservan en sus nobles muros las huellas del carrusel de vidas que han acogido.




Este concepto de casa para siempre está siendo desplazado por una forma de entender el hogar más acorde con la realidad agitada que vivimos, con los nuevos hábitos que comportan las necesidades laborales y sociales, con el propio concepto de ciudad. Hemos pasado de los trabajos con contrato fijo a la movilidad laboral más absoluta, que incluye cambio de país cuando es necesario. Hemos pasado del matrimonio hasta que la muerte nos separe a las relaciones positivas transversales y abiertas a la rectificación. De las familias numerosas y apretadas a las parejas con hijos de anteriores uniones. Del piso abarrotado al estudio unipersonal, de la ciudad al campo… los cambios son una constante en nuestra sociedad y nos acostumbramos a cierto grado de improvisación como nos acostumbramos a todo.





A la casa no le queda otra que hacer lo mismo y adaptarse a la vida mutable e imprevisible de las personas, para dar respuesta real a sus necesidades. En la entrevista que publicamos con Josep Boix, nos explica que lo esencial en su trabajo es averiguar la dinámica vital de una familia antes de tomar ninguna decisión respecto a su casa. También nos confesaba, off the record, que cuando ve a una pareja convencida de que están montando la casa de su vida, le gustaría darles una cucharadita de realismo, pero no lo hace por no desanimarlos. Pero, en todo caso, recomienda plantear el proyecto pensando que no tiene porque aspirar a los mil años de vida. ¿Para qué queremos un parquet que aguante seis pulidos o una cocina destinada a durar treinta años si no sabemos qué nos depara el futuro? La posibilidad de transportar, mudar, cambiar y optimizar una vivienda es la opción más inteligente. Porque nada es para siempre y menos que nada, una casa.

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