Tenemos tendencia a pensar que el
futuro es un comprimido que nos afecta relativamente, pero la realidad es que
es el lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida, con sus agujeros, sus
amaneceres y todo el aparato que nos acompaña desde siempre. Puesto que es un
territorio incierto, todo aquello que nos ancla al ahora nos parece tierra
firme y nos brinda cierta seguridad. No le tenemos mucho cariño al mañana, ni
mucho miedo, porque la realidad es que nadie consigue atraparlo lo que impide
un mínimo de familiaridad con él. Pero está ahí y, aunque el futuro ya no es lo
que era —como dijo Valery—, debería preocuparnos un poco más.
Casa El Bosque, arquitectura de Ramón Esteve. Fotografías de Mariela Apollonio, cortesía revista Casa Viva.
Entre esas cosas que estabilizan
nuestro ánimo, en uno de los primeros puestos, junto al contrato
indefinido y el Informe Semanal, está la casa que no en balde también se apellida
inmueble, con toda la intención de la palabra. El hogar era, hasta hace poco,
la promesa de orden y seguridad convertida en objeto real y tangible con sus
cortinas y sus ladrillos, la base de la armonía familiar y el arraigo a un
territorio. La primera preocupación de una pareja cuando se comprometían a un
proyecto de matrimonio y el referente de niños y ancianos cuando llegaba la
noche. La casa era tradicionalmente un templo inmutable, destinado a contener vidas enteras, cuando no varias generaciones de gente que se sucedían bajo su amparo. Las viejas masías recuperadas en las zonas rurales aún conservan en sus nobles muros las huellas del carrusel de vidas que han acogido.
Este concepto de casa para siempre
está siendo desplazado por una forma de entender el hogar más acorde con la
realidad agitada que vivimos, con los nuevos hábitos que comportan las
necesidades laborales y sociales, con el propio concepto de ciudad. Hemos
pasado de los trabajos con contrato fijo a la movilidad laboral más absoluta,
que incluye cambio de país cuando es necesario. Hemos pasado del matrimonio
hasta que la muerte nos separe a las relaciones positivas transversales y
abiertas a la rectificación. De las familias numerosas y apretadas a las
parejas con hijos de anteriores uniones. Del piso abarrotado al estudio
unipersonal, de la ciudad al campo… los cambios son una constante en nuestra
sociedad y nos acostumbramos a cierto grado de improvisación como nos
acostumbramos a todo.
A la casa no le queda otra que
hacer lo mismo y adaptarse a la vida mutable e imprevisible de las personas,
para dar respuesta real a sus necesidades. En la entrevista que publicamos con Josep Boix, nos explica que
lo esencial en su trabajo es averiguar la dinámica vital de una familia antes
de tomar ninguna decisión respecto a su casa. También nos confesaba, off the record,
que cuando ve a una pareja convencida de que están montando la casa de su vida,
le gustaría darles una cucharadita de realismo, pero no lo hace por no
desanimarlos. Pero, en todo caso, recomienda plantear el proyecto pensando que
no tiene porque aspirar a los mil años de vida. ¿Para qué queremos un parquet
que aguante seis pulidos o una cocina destinada a durar treinta años si no
sabemos qué nos depara el futuro? La posibilidad de transportar, mudar, cambiar
y optimizar una vivienda es la opción más inteligente. Porque nada es para
siempre y menos que nada, una casa.
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