Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

viernes, 24 de enero de 2014

Casas que padecen de obesidad

¿Quién no tiene una tía soltera que al encontrarse dentro de una  vivienda moderna, o simplemente hojeando Casa Viva, exclama arrugando la nariz: esto es muy frío para mí? La gente mayor, que generalmente ha conocido épocas de privaciones, no puede entender que un interior no esté atiborrado de trastos, muebles y recuerdos. La abuelita conserva como un tesoro todo lo que puede, todo aquello que la vida le ha dado con mucho esfuerzo y sacrificio: desde su primer ajuar de novia hasta la vajilla descantillada que compró a plazos con su marido que en paz descanse. Cuando ella era más joven, una taza para desayunar era un magnífico regalo de aniversario. Actualmente hay que enfadarse con el quiosquero para que no nos enchufe la colección completa de tazas con los personajes de los Simpson.


Imágenes de este post, cortesía de Casa Viva, fotografía: Albert Font

Hemos pasado de soportar las carencias más crudas a una sociedad de consumo que sobrevive gracias a nuestra capacidad inagotable de asimilar cosas inútiles todos los días. De no tener nada a tener demasiado. Somos como las ocas del foie que alimentan con un embudo hasta reventar, sólo que nosotros seguimos tragando alegremente, como si nada. Nuestro problema ya no es poseer, sino prescindir, de la misma forma que el gran reto de los países desarrollados no es alimentar a su población sino evitar la epidemia de obesidad que produce el exceso de mala alimentación.


Un hogar también puede padecer de obesidad, y de hecho seguro que conocemos más de uno que acumula en sus paredes la grasa superflua de muebles y complementos innecesarios, los michelines de mil y un trastos que no sirven para nada, las lorzas antiestéticas que produce el exceso de figuras de cerámica, recuerdos, fotos, cojines y lamparitas. Las sufridas viviendas tragan con lo que les echen sin rechistar, acumulan kilos de más, engordan para nada, pierden la buena forma, el tono que las hace dinámicas. Una vivienda obesa se reconoce en seguida porque da la sensación de que todo se te cae encima y no hay manera de atravesar sus volúmenes sin vadear órganos hipertrofiados. El corazón, que suele ser la cocina, está a punto de sufrir un infarto. Las cañerías del baño se obstruyen por el colesterol decorativo. Respira mal.


Disfrutar de fortuna ha sido siempre uno de los mayores anhelos de la humanidad y ello conllevaba acumular bienes. Este acto inconsciente de acumular, típico de quien huye de la pobreza, se ha mantenido a lo largo de los años como consecuencia de un miedo atávico. Pero en la era del consumo desenfrenado poseer muchas cosas es un contrasentido, una señal de pobreza de espíritu, de inocencia suprema, de no entender el mundo que nos rodea. Ni el sentido común, ni la necesidad de cuidar el planeta del desgaste prematuro de recursos, van por este camino. El tema es saber qué queremos, poseer poco pero bueno, no rodearse de cosas inútiles. El verdadero lujo, hoy en día, es un espacio vacío, es disfrutar de cosas que son realmente importantes como un atardecer o una conversación en familia alrededor de una mesa.
 
 

La modernidad no es acumular sin freno sino apreciar las cosas, valorarlas en su justa medida, no renunciar a nada que nos haga felices pero sí saber renunciar a todo aquello absolutamente innecesario que el sistema nos quiere vender a la fuerza. La casa moderna, o mejor dicho, la casa que se identifica con su época, tiene que ser por definición una casa sencilla, abierta, sin adornos ni grasa decorativa de más.
 
El diseño interior racionalista, lo que se conoce como minimalismo (por simplificar), todo lo que nos enseñaron los arquitectos del Movimiento Moderno, se acerca bastante a este espíritu y nos da las claves de la casa actual. Cien láminas de bosques bávaros no se pueden comparar con la vista de una ventana orientada al oeste. Dejemos a la abuela con su entrañable colección de platos de cerámica en su pisito sin cintura. Nosotros hemos de aspirar a un hogar diferente.

lunes, 13 de enero de 2014

La casa de la era digital ya está aquí

En la era digital, tres años son un largo periodo de tiempo. No sabemos cómo evolucionarán los gadgets que nos mantienen perpetuamente comunicados con el resto del mundo en los próximos tres años, pero sí podemos confiar en unas tendencias que tienen toda la pinta de instalarse en casa. La ligereza de los soportes es un proceso que no ha desfallecido ni un momento desde la prehistoria de los ordenadores. La ubicuidad de Internet, que nos permite estar online veinticuatro horas al día desde cualquier lugar del mundo, es otro factor que explica la tendencia a la movilidad perpetua. Y arrastrados por esta dinámica imparable van todos aquellos hábitos que discurrían por los “canales analógicos”, desde las compras presenciales a las relaciones personales, pasando por la oficina, el cine, la verdulería y el médico de cabecera…

 
 
Living Tomorrow, una experiencia que muestra cómo podemos vivir dentro de unos años
 
Las nuevas tecnologías nos harán la vida más fácil, una vez nos hayamos ido adaptando a las novedades. De hecho, lo estamos haciendo a un ritmo endiablado. Pero me pregunto cómo influirá todo ello en el aspecto de nuestras casas, en la configuración del entorno cotidiano, sea doméstico, laboral o de ocio.

La primera tentación de este ejercicio de vida ficción es imaginar un hogar hipertrofiado de tecnología, convertido en un robot gigante capaz de tomar ciertas decisiones y hacerse cargo de la gestión de intendencia, seguridad, confort e incluso de nuestra agenda. El clásico androide con lucecitas en la cabeza y voz metálica se pone al día y adopta la forma de una vivienda con todas las consecuencias. Posee cien ojos, brazos que accionan los sistemas de clima, higiene, sueño, cocina y seguridad. Puede mantener el césped segado y responder a estímulos específicos cuando hay niños o invitados. Le pondremos nombre (masculino o femenino, según preferencias) y le daremos instrucciones por la mañana después de que nos despierte con su saludo. La casa será un navegador que nos orienta por las carreteras del día a día.
 

 
Dornbracht muestra con su ducha horizontal cómo puede ser la casa del futuro
 
No hace falta echar mucha imaginación a esta película. La hemos visto cien veces en la pantalla y ahora sabemos que el cine siempre se anticipa a la realidad. Pero ¿esto es todo? ¿Nos vamos a conformar con vivir en una central de servicios decorada con cortinas a cuadros?

Si nos fijamos en los cambios más profundos de la casa veremos que, cuando van en serio, obedecen a transformaciones sociales profundas: la cocina subió junto al salón y se hizo luminosa cuando la mujer entró en la vida laboral. Por tanto, el alma del asunto no es la tecnología; es la propia movilidad que ha provocado en nuestra vida diaria.

¿Será así de agradable la casa del futuro? Imagen cortesía de Casa Viva, foto de Jordi Miralles

La ligereza, el cambio, el transporte veloz, la posibilidad de vivir a caballo entre dos ciudades alejadas, el nomadismo urbano… parecen los factores más decisivos a la hora de pensar en transformaciones del hábitat. El hogar de toda la vida, con perspectivas que se medían por décadas, ha pasado a convertirse en un lugar de paso donde tres años (una vez más) son una larguísima etapa. La mudanza se convierte en un fenómeno habitual y por ello necesitamos muebles que sean más muebles que nunca. Ligeros, transportables, polivalentes, capaces, resistentes, con espíritu joven y alma de viajero.

El nuevo nómada urbano necesita de una tienda de campaña que se despliegue en pocos minutos y le ofrezca todas las comodidades, que sea casi autosuficiente, que sea responsable, gaste poco y viaje con él cuando sea necesario. Una casa adaptable, ligera, móvil, sutil… así veo la casa del futuro.

martes, 7 de enero de 2014

Panaderías de diseño: la granja ha muerto

Las granjas eran aquellas cafeterías donde podía entrar mamá e invitarnos a tomar un chocolate caliente mientras charlaba con sus amigas. En las granjas no se servía alcohol (en teoría) y la atmósfera era absolutamente femenina. La bollería y las bebidas calientes eran su razón de ser. La atmósfera blanca, alejada conscientemente de las tabernas, lo que las hacía deseables para una buena parte de la gente que aborrecía los bares. En Barcelona, una empresa comercializadora de leche envasada, Granjas la Catalana, popularizó en sus locales la venta y degustación de este alimento cuya popularización (en contra de lo que puede parecer) no se hizo masiva hasta mitad del siglo pasado.


Panadería De Chirico, Melbourne, Australia, un espacio orgánico de March Studio

El consumo de leche se ha convertido en algo tan prosaico y habitual que ha perdido el halo romántico que poseía, dejando el testigo a otro tipo de locales que han recogido la esencia, la atmósfera y el público de las antiguas granjas, ampliándolo gracias a las tendencias relativas a la buena alimentación. Se trata de las nuevas panaderías. Ahora son los derivados del pan los que generan el concepto de los nuevos locales blancos y han creado una tipología inédita de cafeterías que reúnen los papeles de obrador, comercio y café. Todo ello adornado estéticamente por unos esquemas que suelen basarse en la evocación de los antiguos hornos y en un nuevo romanticismo basado en el producto, siempre protagonista de estos espacios. Las variedades de pan que ofrecen, no hace falta decirlo, son más que apetecibles.


Blé Bakery, en Tesalónica, Gracia, proyecto minimalista de Claudio Silvestrin

Las panaderías de diseño han proliferado, tras el éxito de los primeros locales y la escasa creatividad que han mostrado los bares tradicionales, robándoles buena parte de su clientela. Otros comercios inéditos han echado una mano a esta operación de derrumbe aportando ideas jugosas y fácilmente reconocibles: los bares de tapas, las yogurterías, las heladerías, los locales de zumos, los de productos ecológicos, las franquicias fast food... El cerco se ha cerrado y el concepto diáfano se ha hecho obligatorio,


Serrajordia de AM Asociados, en Sant Cugat del Vallès, un clásico del nuevo concepto

El bar tradicional, excepto en los enclaves donde la palabra "castizo", sigue siendo un reclamo, se pierde en una decadencia derivada de su falta de definición, en su escasa sensibilidad por la vida sana y en tics estéticos anticuados y que acabarán dándole la puntilla. Los bares cerrados, oscuros, mal ventilados, mal iluminados, con acústica de barra americana  y asientos de terciopelo, tienen los días contados. El pavimento tapizado de huesos de aceituna está demodé y las gambas han emigrado al mundo del tapeo. El nuevo consumidor no se siente a gusto en ellos y les obliga a reinventarse o morir. La barra ha muerto. ¡Viva la panadería!

[h]arina, un local limpio y purista de Carmen Baudín en Madrid.