Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

jueves, 22 de noviembre de 2012

La Casa de la Cascada y los Cascarrabias

Edgar J. Kaufmann –EJ para amigos y empleados- se cabreó visiblemente cuando comprobó, un domingo de setiembre de 1935, que Frank Lloyd Wright le estaba dando largas respecto a los planos de su casa de verano. Liliane, su lánguida e inteligente esposa, ya le había prevenido sobre la caradura del anciano arquitecto del sombrerito blanco. “En lo único que piensa ése es en sacarte dinero para el proyecto de la urbanización de Broacare City. Estás haciendo el primo, EJ”, comentario que proviniendo de su propia prima y mujer era doblemente doloroso.

El cliente y el arquitecto conversando antes de la batalla.

De forma que el adinerado comerciante de Pittsburg llamó a Wright a su escuela de Taliesin, donde se había refugiado para capear la crisis, y le anunció que se plantaba allí con su Buick Phaeton en dos horas para ver los primeros esbozos del encargo. En el tiempo que duró ese trayecto, la astuta gloria de la arquitectura norteamericana sacó su caja de lápices de colores y esbozó las tres primeras plantas de la residencia veraniega de los Kaufmann. Recordaba perfectamente la inspección del terreno que habían realizado juntos un año antes y la decisión de emplazar el chalet frente a una cascada del río Bear Run. Un emplazamiento idílico en pleno bosque y una ocurrencia interesante que no dejaba de rondar en sus pensamientos.  Cuando llegó el cliente con cara de pocos amigos, el viejo Wright le invitó a compartir un almuerzo, antes de hablar de negocios, mientras juraba en voz baja a sus ayudantes, Tafel y Mosher, que les patearía el culo si no le dibujaban el resto de planos mientras duraba el refrigerio.

La espléndida Fallingwater House en otoño

Tras los cafés, con una copa de bourbon en la mano, los dos hombres se dirigieron al estudio donde los planos de la casa del bosque de Bear Run les estaban esperando.

“Pero, ¿cómo? ¿Encima de la cascada? ¿No habíamos quedado que se trataba de disfrutar de las vistas del agua?” preguntó mosqueado Kauffmann. “EJ, yo quiero que viváis en la cascada, no que os limitéis a mirarla. Quiero que el agua forma parte de vuestras vidas”, contestó Wright muy ufano mientras alzaba las cejas.

E.J. Kaufmann volvió a su residencia preocupado, rumiando cómo iba a presentarle el asunto a su mujer y, al mismo tiempo, sin quitarse de la cabeza las hipnóticas acuarelas que había visto en el estudio de arquitectura. “Una casa suspendida sobre el agua cuya música marcará el ritmo de sus habitaciones… Integrada en el paisaje, sin paredes que limiten las vistas, con mampostería de piedras extraídas de los alrededores… un balcón sobre el río… No sé. Tal vez.”

El proyecto extrañó al adinerado matrimonio pero, al mismo tiempo, comprendió que se trataba de una obra revolucionaria que dejaría boquiabierta a la alta sociedad de Pittsburg, la misma que no les permitía ingresar en el selecto Club Duquesne, por su origen judío. Se iban a enterar esos snobs trasnochados de lo que eran capaces ellos, que habían viajado por toda Europa, habían traído la moda de París y poseían los mejores almacenes comerciales de la ciudad.
 
La Casa de la Cascada es uno de los monumentos más visitados de Estados Unidos
 
Durante los siguientes cuatro años, el proyecto de La Casa de la Cascada se convirtió en un tira y afloja de provisiones de fondos, detalles constructivos, cálculos estructurales revisados y discusiones interminables entre los dos airados caballeros: el arquitecto de fama mundial arrebatado por la oportunidad de crear un edifico realmente orgánico, incrustado en la naturaleza; y el comerciante millonario que no se fiaba un pelo del viejo y sus teorías. Por fortuna para la posteridad, Kaufmann no hizo caso a su arquitecto y colocó mucho más acero en los soportes del que aquél había solicitado en sus cálculos.

Muchos años después, cuando la casa ya se había convertido en emblema de la sofisticada arquitectura racionalista de los treinta, cuando la dulce Liliane Kaufmann había sido encontrada muerta en sus aposentos, cuando Hitchcock la había intentado alquilar sin éxito para rodar Con la muerte en los talones, Edgar Kaufmann Jr. decidió donarla a la Wetern Pennsylvania Conservancy. Desde 1964, la Casa de la Cascada, hoy considerada monumento nacional, ha recibido más de cuatro millones de visitas.

Edgar Kaufmann Jr., que cursó estudios de arquitectura en Taliesin, siempre se jactó de haber presentado a su padre al irascible Frank Lloyd Wright.
 
 

martes, 13 de noviembre de 2012

La Cultura de la Casa se pone cachas

El Col·legi de Decoradors de Girona me invita a presentar mi libro  (“Cada casa es un mundo”, Why Worry, 2011) en el marco de la Fira de Girona y dentro de las conferencias del ciclo GInteriors. Una excelente ocasión para tomar el pulso a una ciudad que se toma el diseño de interiores muy en serio, con un colectivo de profesionales, a cuyo frente está Teresa Casas, francamente inquieto. En vez de reproducir la presentación de mi libro, publico el texto que apareció, con este motivo, en la revista de tendencias Neo2.

 
Rossend Cortés, Marcel Benedito y Teresa Casas en el coloquio de GInteriors, en la Feria de Girona, el 30 de octubre.

“El diseño es un lenguaje. De acuerdo. Pero ¿cómo es que lo habla tan poca gente? Este país tiene una renta de creatividad per cápita muy superior a la de muchos otros y por eso produce tan buenos profesionales del diseño. De hecho, aparte de sol y playas, lo único que podemos exportar a largo plazo es cultura, envasada en forma de gastronomía de vanguardia, de arte o de diseño en sus variadas especies. Es lo mejor que podemos ofrecer al resto del planeta. Y no está mal. Entonces, ¿por qué hay que partir de cero cada vez que explicas a nivel divulgativo un aspecto de nuestro diseño?


Después de trabajar unos meses en mi libro sobre arquitectura de interiores, me doy cuenta de que gran parte del esfuerzo lo he dedicado a explicar que no hay más remedio que ser apasionado e intransigente con este tema. Defiendo el diseño actual y el talento reconocido internacionalmente de nuestros profesionales, contra el desprecio ignorante que encubre el rechazo a la supuesta frialdad del diseño. Arremeto contra el mal gusto y sus coartadas para llegar exhausto a lo que tendría que haber sido el punto de partida del libro: el diseño de interiores español es excelente y hay que degustarlo como ejemplo para el resto del mundo.

Para alcanzar este punto hay que desbrozar un camino extrañamente repleto de maleza. Porque en interiorismo doméstico “todo” no vale y lo que nos venden como recursos de mestizaje, eclecticismo, o mix de estilos, no es más que una coartada para abrazarse al “horror vacui” que caracteriza a un país cuya generación de mayores pasó hambre de verdad. Un país que se creía rico pero que, mentalmente, sigue siendo pobre. Y la pobreza, como ya sabemos, se amortigua con el analgésico de la acumulación. Un país que pretende disfrutar de la última tecnología reposando sobre una alfombra de imitación persa tejida en fibra artificial.
 
 
Aspecto del espacio del Colegio de Decoradores de Girona en La Fira de octubre

Las revistas de decoración como reflejo de la realidad cotidiana muestran esta triste paradoja. La ausencia de una mínima cultura de la casa impide encontrar interiores personales, atractivos, modernos, vividos, frescos. En su lugar hay que escoger entre espantos repletos de cachivaches o espacios desnudos que muestran una visión integrista del habitat de vanguardia. Cultura de la casa, en este sentido, es un concepto que supone asumir una serie de valores como algo normal, consustancial a nuestra forma de entender el entorno, sin imposturas, ni esfuerzos. Una actitud ante los espacios domésticos que da por sentado que serán funcionales, limpios, modernos y ordenados, y a partir de ahí, tan personales como nos apetezca. Porque los espacios deben hablar el lenguaje de las personas que los habitan. Fomentar la cultura de la casa, ayudarla a muscular en el gimnasio de las publicaciones, es mejorar una situación de ignorancia claramente anómala.”