Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

jueves, 28 de marzo de 2013

Hoy me siento azul índigo

Disfrutar de los colores es gratis y, por lo tanto, un valor sostenible que hay que empezar a cuidar. La vida es un continuo diálogo de colores tan interesante que quienes podemos escucharlos deberíamos sentirnos privilegiados. El lenguaje decorativo presenta una gramática muy compleja, de la cual forman parte los colores, que son como frases hechas sobre la pared.
Los que nos paseamos por el jardín del interiorismo como invitados apenas sabemos entender unas cuantas expresiones, pero hay que reconocer que algunas son casi universales y forman parte del vocabulario simbólico que todos compartimos: ese verde licuado tipo ambulatorio cuyas paredes hablan de tristeza y esperanza atenuada… esos magentas agresivos que nos recuerdan que la habitación de los niños es una reserva india… esos salmones de la consulta del médico que quieren que nos sintamos como en casa (no se sabe por qué), esos azules aventureros, esos negros sofisticados.
 

Imagen del libro de tendencias de Bruguer de este año 2013
Podríamos seguir hasta el infinito y seguramente cada uno de nosotros añadiría vocablos cromáticos enganchados en la memoria de la infancia, en la casa de la primera novia o en un espacio más reciente. Un color, una idea…
Hemos asistido a la presentación por parte de un fabricante de pinturas de un nuevo sistema de codificación de colores por asociación de ideas que permite a los daltónicos apreciar ciertos matices y nos demuestra que los colores, de hecho, se pueden describir.  
Los expertos en trending nunca se ponen de acuerdo sobre el color del año, lo que demuestra que este análisis no deja de ser una convención estética que nos viene del mundo de la moda para pasar el rato y llenar las revistas. En cambio las paletas de colores sí son capaces de definir una temporada (o varias a la vez) proponiendo un apetecible combinatorio y unos criterios de selección que resultan muy útiles a la hora de escoger: provenzales, anticuados, vibrantes, neutros, tropicales…
 

 
El color índigo es el color de tendencia de este año según algunos expertos, auqnue no todos opinan lo mismo. Imagen de Bruguer.
 
El azul índigo, según los expertos, se encuentra en posición ganadora este año.  Nos susurra infinidad de comentarios y debemos estar muy atentos para captarlos. Que es un color frío que equilibra los ambientes. Que sirve para ahuyentar a los mosquitos. Que durante siglos estuvo reservado a la realeza y la Iglesia porque sólo se podía obtener del lapislázuli, una piedra preciosa. Que en los matices que proponemos cercanos al violeta es el opuesto al color naranja y por lo tanto se llevan muy bien. Que huele a mar, a salitre y a puerto. Que sirve para pintar los nombres de las barcas. Que Internet lo utiliza mucho porque es más suave que el negro pero casi tan neutro. Que los burgueses acomodados flamencos cuando encargaban un retrato debían pagar un suplemento si querían que el artista usara el azul. Que lo poetas lo han manoseado a gusto por su obvio simbolismo. Que los blue jeans son la bandera del siglo XX y tal vez la de éste mismo. Que en gastronomía es un extraño. Que tiñe la piel de los tuaregs.
El índigo nos ayuda, orienta y facilita decisiones a la hora de planificar un espacio creando su propio lenguaje. Es un pequeño manual de instrucciones que cambiaremos de aquí a unos meses por otro y mientras tanto habremos disfrutado con él y aprendido alguna frase nueva. Nada más. Y nada menos.

jueves, 14 de marzo de 2013

El futuro ya no es lo que era...

Si los economistas se dedicaran a predecir el tiempo, cada invierno nos pillaría en bañador. La tremenda paliza que la economía nos está propinando no la habían previsto ni los cerebros grises de las mejores cátedras de la especialidad. Nadie lo vio venir y, lo que es peor, nadie lo ve marchar. Sólo una idea parece reunir el consenso unánime de unos y otros, expertos y consumidores, europeos y norteamericanos, liberales e intervencionistas: “Nada volverá a ser como antes”.

 
Las imágenes de esta página corresponden al proyecto de Pau Benach, Azarq Arquitectura, fotografiado por Jordi Miralles y publicado en la edición de marzo de la revista Casa Viva
 
Aunque estemos más o menos escarmentados de la pavorosa penitencia que nos impone la alegría irresponsable de los últimos años, parece obvio que las cosas tendrán otro aspecto de aquí a poco. Ya lo tienen, de hecho. Y el universo de la decoración no se salva del cambio. Hemos consultado nuestra particular bola de cristal (de Swarovski, por supuesto) para saber qué nos depara el futuro, y esto es lo que nos ha dicho:


 
 
El reciclaje, sin ir más lejos, pasará de ser una moda divertida para nostálgicos del hippismo y el flower power, a una necesidad incuestionable. Ya no reciclamos por sentido de la responsabilidad sino por pura necesidad de supervivencia. Y detrás de esta nueva exigencia asoma la nariz una forma diferente de tratar los materiales, la recuperación de algunos que parecían cosa del pasado y la defunción del simpático “usar y tirar”. A la salud del planeta le acompaña otra inquietud más próxima, la salud de los espacios habitables y de sus ocupantes. Sin necesidad de tonterías orientalistas, los espacios se deben construir pensando en que sean sostenibles y saludables.

 
El componente estético del diseño ahora se ubica inmediatamente detrás del funcional, de forma que la belleza de los muebles, y sus primos hermanos los complementos y las lámparas, vendrá dada por rasgos como la eficacia, el buen uso, la resistencia, la facilidad de mantenimiento y, probablemente, nos vamos a fijar menos en la belleza de las piernas o la caída de ojos de una silla… De hecho, los arquitectos racionalistas ya proclamaban que lo útil es bello, pero últimamente nos habíamos liado un poco con las formas orgánicas, los diseños peludos, los brillos y otras chorradas que nos recordaban lo rico que es el Primer Mundo. Fuera, todo eso (a menos que seamos rusos o árabes adinerados), y bienvenidas sean las superficies mates, las texturas desgastadas, los espacios limpios, las salas a media luz, las piezas que nunca pasan de moda, los clásicos del diseño.

 
La comodidad es otra exigencia irrenunciable, de forma que los diseñadores van a tener que ponerla en el ranking de sus prioridades si quieren tener más trabajo (o simplemente, si quieren tener trabajo), pero siempre bien entendida. Dado que la casa es el nuevo refugio tanto de la individualidad como de la familia, el confort pasa por reconstruir un espacio a la medida de cada uno, absolutamente personalizado, ceñido a sus medidas, customizado para reflejar su personalidad. Probablemente, el eclecticismo será lo que mejor defina esta época de transición hacia no sabemos qué. La mezcla de influencias, de épocas y estilos será lo que se va a imponer en las nuevas formas decorativas y la única limitación por arriba será la imaginación, y por abajo, el buen gusto.

 
Finalmente, la gran metamorfosis vendrá dada por los precios. Muchas cosas deben cambiar en la estructura comercial de la decoración para que los presupuestos y las posibilidades reales de nuestros bolsillos se acerquen, pero no hay más remedio que explorar ese camino. Las empresas lo saben y ya están trabajando en todo el proceso, desde la producción hasta la venta y el montaje para ofrecer mejores relaciones calidad precio. No hay otra salida. Veremos si se cumplen estas predicciones de nuestra particular bola de cristal. Si no es así, rectificaremos. Total, los economistas no aciertan una y siguen ahí, tan campantes.

 

 

lunes, 11 de marzo de 2013

¿Quién vive ahí, en esa casa tan fea?

Nunca la televisión se había mostrado tan interesada en el mundo de la casa como ahora. Se multiplican los programas que se apoyan, de una forma u otra en la intromisión en domicilios ajenos, para dar a conocer personajes, situaciones, problemas o, incluso, espacios para vivir. El fenómeno viene rebotado del mundo anglosajón donde hace años que funcionan programas dedicados a la decoración del pim, pam, pum: tú te vas de casa con toda tu familia durante una semanita a un hotel birrioso y mientras tanto entramos allí y convertimos el hogar aberrante de cortinas casposas en una pretenciosa mansión con muchos colorines. Esta serie, en concreto, tenía mucho éxito.
En nuestra entrañable programación actual tenemos espacios con periodistas que visitan la casa de los famosos, programas que recorren alucinados las mansiones horteras más pretendidamente hiperlujosas del mundo, realities donde se  intercambian los maridos para poner a prueba nuevas formas de convivencia, asesores de educación infantil y de adolescentes conflictivos (que no suelen caer en la cuenta de que en esas viviendas no se puede estar equilibrado), casas en la Sierra donde se enjaula al personal en nómina con el compromiso de animalizarse durante unos meses, programas que explican cómo es la vida de un grupo de jóvenes que comparten piso, otros que pretenden adaptar a un famosillo, e incluso un espacio dedicado a la educación canina.
Interior de Gran Hermano. Al primero que habría que expulsar de la casa es al interiorista.
La cámara inunda los hogares ajenos en un ejercicio de voyeurismo siempre atractivo, siempre irresistible, con la excusa de retratar costumbres y usos sociales, hurgar en las complicadas vidas ajenas y, de paso y a veces  inconscientemente, enseñar cómo son esos espacios donde los “otros” estampan sus vidas.
La casa, como escenario siempre a punto para registrar horas y horas de “acontecimientos” supuestamente interesantes, no deja de ser un plató barato, con actores que trabajan gratis, incluidos los perrunos, dispuestos a mostrar sus intimidades y a ponerles un punto de acidez si la tele lo requiere, con tal de cumplir con los quince minutos de fama que Andy Warhol nos prometió a todos. O sea que, detrás de este supuesto fenómeno, en realidad, lo que hay es una televisión low cost que suple con imaginación lo que no puede hacer sin presupuestos decentes.
Pero, bienvenido sean los agujeros de la cerradura televisiva que nos permiten espiar la casa del vecino, si gracias a ellos nos hacemos una idea del estado de la cuestión en lo referente a interiorismo real. Y decimos real, en contraposición al ideal que retratamos las revistas, convenientemente espigado entre las viviendas más bellas o más graciosas, y sin despreciar el toque final que le da un buen estilismo.
No hay adjetivos para este atroz interior de un reality televisivo
Esta es la realidad de la vida y, digámoslo con toda crudeza, la realidad no puede ser más triste. O más esperanzadora para los estudios de decoración si este país se despertara un día consciente del enorme agujero estético en que se mueve. Mientras hace tal improbable cosa, nos regodearemos con esos documentos impagables que muestran cuán lejos estamos del ideal de belleza de un hogar moderno: sencillo, confortable y luminoso.
Las casas que vemos son feas, incómodas y mal resueltas. Las cocinas son imposibles, los baños irritantes y los salones ñoños. De los dormitorios, mejor no hablar. Hay algunas honrosas excepciones que confirman la regla, pero el resto da una pena muy profunda. Y aún estamos dispuestos a excusar las viviendas más humildes (esas donde los niños berrean en el suelo con profesionalidad), por una simple cuestión de recursos. Cuando no hay dinero, quién va a pedir sensibilidad formal… Pero esas mansiones de gente ricachona decoradas con toneladas de mal gusto, esas naves supuestamente modernas donde las cámaras del gran hermano vigilan a la gente, esos escenarios de reality patéticos… a esos no los indultamos. Les imponemos un severo castigo en forma de bajada de audiencia. Si las empresas con campañas publicitarias decidieron en su día abandonar un programa determinado por la mala olor de sus contenidos, también lo harán con otros espacios por la fealdad de sus escenarios. Así es la vida, señores. Se siente.

martes, 5 de marzo de 2013

Vuelve la madera. Ah..., ¿pero se había ido?

¿Por qué será que cuanto más disfruto el buen diseño más me gustan los objetos antiguos? No estoy muy seguro de cuál es el rebuscado circuito de running mental que conecta mis tres neuronas ­­−masculinas, no lo olvidemos­− entre el sofisticado mundo de los Bouroullec Brothers y un pupitre de madera que acaricié el otro día en una tienda de antigüedades. Pero funciona. Estamos más preocupados que nunca por hallar la piedra filosofal de la autenticidad, y las barrabasadas que le estamos haciendo al planeta obligan a revisar los materiales de todo lo que nos rodea y volver hacia atrás en busca de antiguas soluciones como el reciclaje. Ah, pero ¿el reciclaje ya se hacía antes?, me preguntarán las nuevas generaciones de diseñadores concienciados con el entorno… Pues, naturalmente. Cuando yo era un chaval, si no llevabas a la bodega un casco de gaseosa vacío no te daban otro lleno a cambio del precio del refresco. El cristal se lavaba y se reutilizaba una y otra vez, como una cosa normal.

Earth Teja, alfombra de Nanimarquina, primicia del Salone de Milano

En aquella lejana época (snif), los pupitres de la escuela eran de madera y mostraban las cicatrices que habían dejado en su superficie unas cuantas promociones de mocosos con bata a rayas. Tenían un agujero para poner el tintero, aunque el bolígrafo ya los había relegado a sumidero para la imaginación. También eran de madera el plumier para los lápices, las peonzas, las espadas de romanos y los toboganes del parque por donde me tiraba con mis amigos sin soltar el pan con chocolate que mi madre me había preparado para merendar. No vuelvas tarde, me decía, y se quedaba tan tranquila porque el tráfico urbano era un concepto que aún se había de inventar. La ropa era de algodón o de lana y aún faltaban unos años para que el poliéster empezara a picar. La cartera del cole era de cuero y las botas apretaban los pies hasta que se adaptaban un poco. Las sábanas eran blancas. Los vasos, de aluminio de colores o de cristal tallado. Los cromos se pegaban en los álbumes con el adhesivo transparente que salía por un tubito metálico y tardabas meses en completarlos a base de sobres que costaban una peseta.

 
Bikini de Moroso, que se verá en la próxima edición del Salone

Visito una feria de anticuarios, me pierdo entre los cacharros desmayados y veo que los años han hecho muy bien su trabajo. Las botellas de leche o de limonada, serigrafiadas con fantásticos logotipos de la época, descansan en cajas de madera, y da gusto acariciar el relieve de las marcas: se han convertido en objetos de deseo. Lo mismo que las sillas de finas patitas de peral tapizadas con motivos geométricos. O las cajas metálicas de lápices de colores.  Visto desde la perspectiva nostálgica que proporciona una tienda de objetos antiguos, todo parece poseer unos atributos de autenticidad que, en su momento, no tenían mucho sentido. Ahora, sí. El diseño busca la magia de esas sensaciones y vuelve la vista atrás para crear objetos que perduren, que trasciendan el vulgar y dañino “usar y tirar”. El revival es una operación de lógica, no de marketing.
 
Una mesa de Kubedesign de inspiración zen que también es "anteprima" de Milano.

Clásico y diseño son dos términos que, desde hace un tiempo, se guiñan el ojo. Quizá la modernidad no es más que una forma de mirar las cosas de siempre con un filtro diferente, de asumir un presente que se despereza sin prisas y con él,  todo aquello que está destinado a sobrevivirnos. Regresa la madera, nos dicen los diseñadores más avispados. Vuelve el diseño nórdico, la estética atemporal, limpia, sobria, con regusto a verdad, que sabe envejecer con dignidad. Se recuperan las texturas de los años cincuenta, la estética Mad Men, los materiales que apetece acariciar como una piel dorada por el sol. Ah, pero… ¿se fueron alguna vez?