Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

martes, 5 de marzo de 2013

Vuelve la madera. Ah..., ¿pero se había ido?

¿Por qué será que cuanto más disfruto el buen diseño más me gustan los objetos antiguos? No estoy muy seguro de cuál es el rebuscado circuito de running mental que conecta mis tres neuronas ­­−masculinas, no lo olvidemos­− entre el sofisticado mundo de los Bouroullec Brothers y un pupitre de madera que acaricié el otro día en una tienda de antigüedades. Pero funciona. Estamos más preocupados que nunca por hallar la piedra filosofal de la autenticidad, y las barrabasadas que le estamos haciendo al planeta obligan a revisar los materiales de todo lo que nos rodea y volver hacia atrás en busca de antiguas soluciones como el reciclaje. Ah, pero ¿el reciclaje ya se hacía antes?, me preguntarán las nuevas generaciones de diseñadores concienciados con el entorno… Pues, naturalmente. Cuando yo era un chaval, si no llevabas a la bodega un casco de gaseosa vacío no te daban otro lleno a cambio del precio del refresco. El cristal se lavaba y se reutilizaba una y otra vez, como una cosa normal.

Earth Teja, alfombra de Nanimarquina, primicia del Salone de Milano

En aquella lejana época (snif), los pupitres de la escuela eran de madera y mostraban las cicatrices que habían dejado en su superficie unas cuantas promociones de mocosos con bata a rayas. Tenían un agujero para poner el tintero, aunque el bolígrafo ya los había relegado a sumidero para la imaginación. También eran de madera el plumier para los lápices, las peonzas, las espadas de romanos y los toboganes del parque por donde me tiraba con mis amigos sin soltar el pan con chocolate que mi madre me había preparado para merendar. No vuelvas tarde, me decía, y se quedaba tan tranquila porque el tráfico urbano era un concepto que aún se había de inventar. La ropa era de algodón o de lana y aún faltaban unos años para que el poliéster empezara a picar. La cartera del cole era de cuero y las botas apretaban los pies hasta que se adaptaban un poco. Las sábanas eran blancas. Los vasos, de aluminio de colores o de cristal tallado. Los cromos se pegaban en los álbumes con el adhesivo transparente que salía por un tubito metálico y tardabas meses en completarlos a base de sobres que costaban una peseta.

 
Bikini de Moroso, que se verá en la próxima edición del Salone

Visito una feria de anticuarios, me pierdo entre los cacharros desmayados y veo que los años han hecho muy bien su trabajo. Las botellas de leche o de limonada, serigrafiadas con fantásticos logotipos de la época, descansan en cajas de madera, y da gusto acariciar el relieve de las marcas: se han convertido en objetos de deseo. Lo mismo que las sillas de finas patitas de peral tapizadas con motivos geométricos. O las cajas metálicas de lápices de colores.  Visto desde la perspectiva nostálgica que proporciona una tienda de objetos antiguos, todo parece poseer unos atributos de autenticidad que, en su momento, no tenían mucho sentido. Ahora, sí. El diseño busca la magia de esas sensaciones y vuelve la vista atrás para crear objetos que perduren, que trasciendan el vulgar y dañino “usar y tirar”. El revival es una operación de lógica, no de marketing.
 
Una mesa de Kubedesign de inspiración zen que también es "anteprima" de Milano.

Clásico y diseño son dos términos que, desde hace un tiempo, se guiñan el ojo. Quizá la modernidad no es más que una forma de mirar las cosas de siempre con un filtro diferente, de asumir un presente que se despereza sin prisas y con él,  todo aquello que está destinado a sobrevivirnos. Regresa la madera, nos dicen los diseñadores más avispados. Vuelve el diseño nórdico, la estética atemporal, limpia, sobria, con regusto a verdad, que sabe envejecer con dignidad. Se recuperan las texturas de los años cincuenta, la estética Mad Men, los materiales que apetece acariciar como una piel dorada por el sol. Ah, pero… ¿se fueron alguna vez?

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