Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

lunes, 11 de marzo de 2013

¿Quién vive ahí, en esa casa tan fea?

Nunca la televisión se había mostrado tan interesada en el mundo de la casa como ahora. Se multiplican los programas que se apoyan, de una forma u otra en la intromisión en domicilios ajenos, para dar a conocer personajes, situaciones, problemas o, incluso, espacios para vivir. El fenómeno viene rebotado del mundo anglosajón donde hace años que funcionan programas dedicados a la decoración del pim, pam, pum: tú te vas de casa con toda tu familia durante una semanita a un hotel birrioso y mientras tanto entramos allí y convertimos el hogar aberrante de cortinas casposas en una pretenciosa mansión con muchos colorines. Esta serie, en concreto, tenía mucho éxito.
En nuestra entrañable programación actual tenemos espacios con periodistas que visitan la casa de los famosos, programas que recorren alucinados las mansiones horteras más pretendidamente hiperlujosas del mundo, realities donde se  intercambian los maridos para poner a prueba nuevas formas de convivencia, asesores de educación infantil y de adolescentes conflictivos (que no suelen caer en la cuenta de que en esas viviendas no se puede estar equilibrado), casas en la Sierra donde se enjaula al personal en nómina con el compromiso de animalizarse durante unos meses, programas que explican cómo es la vida de un grupo de jóvenes que comparten piso, otros que pretenden adaptar a un famosillo, e incluso un espacio dedicado a la educación canina.
Interior de Gran Hermano. Al primero que habría que expulsar de la casa es al interiorista.
La cámara inunda los hogares ajenos en un ejercicio de voyeurismo siempre atractivo, siempre irresistible, con la excusa de retratar costumbres y usos sociales, hurgar en las complicadas vidas ajenas y, de paso y a veces  inconscientemente, enseñar cómo son esos espacios donde los “otros” estampan sus vidas.
La casa, como escenario siempre a punto para registrar horas y horas de “acontecimientos” supuestamente interesantes, no deja de ser un plató barato, con actores que trabajan gratis, incluidos los perrunos, dispuestos a mostrar sus intimidades y a ponerles un punto de acidez si la tele lo requiere, con tal de cumplir con los quince minutos de fama que Andy Warhol nos prometió a todos. O sea que, detrás de este supuesto fenómeno, en realidad, lo que hay es una televisión low cost que suple con imaginación lo que no puede hacer sin presupuestos decentes.
Pero, bienvenido sean los agujeros de la cerradura televisiva que nos permiten espiar la casa del vecino, si gracias a ellos nos hacemos una idea del estado de la cuestión en lo referente a interiorismo real. Y decimos real, en contraposición al ideal que retratamos las revistas, convenientemente espigado entre las viviendas más bellas o más graciosas, y sin despreciar el toque final que le da un buen estilismo.
No hay adjetivos para este atroz interior de un reality televisivo
Esta es la realidad de la vida y, digámoslo con toda crudeza, la realidad no puede ser más triste. O más esperanzadora para los estudios de decoración si este país se despertara un día consciente del enorme agujero estético en que se mueve. Mientras hace tal improbable cosa, nos regodearemos con esos documentos impagables que muestran cuán lejos estamos del ideal de belleza de un hogar moderno: sencillo, confortable y luminoso.
Las casas que vemos son feas, incómodas y mal resueltas. Las cocinas son imposibles, los baños irritantes y los salones ñoños. De los dormitorios, mejor no hablar. Hay algunas honrosas excepciones que confirman la regla, pero el resto da una pena muy profunda. Y aún estamos dispuestos a excusar las viviendas más humildes (esas donde los niños berrean en el suelo con profesionalidad), por una simple cuestión de recursos. Cuando no hay dinero, quién va a pedir sensibilidad formal… Pero esas mansiones de gente ricachona decoradas con toneladas de mal gusto, esas naves supuestamente modernas donde las cámaras del gran hermano vigilan a la gente, esos escenarios de reality patéticos… a esos no los indultamos. Les imponemos un severo castigo en forma de bajada de audiencia. Si las empresas con campañas publicitarias decidieron en su día abandonar un programa determinado por la mala olor de sus contenidos, también lo harán con otros espacios por la fealdad de sus escenarios. Así es la vida, señores. Se siente.

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