Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

jueves, 31 de julio de 2014

¡Qué borde era mi valla...!

Vacaciones… Ha llegado el momento fatal de cerrar la puerta con dos vueltas de llave y lágrimas en los ojos, despedirnos de nuestro querido hogar, y dirigirnos a un destino incierto del que conocemos poco más que su cercanía a la costa o su aislamiento en los campos de España.
Por un extraño vestigio cultural que nos tiraniza, el ser humano necesita alejarse de su entorno natural durante unas semanas y zambullirse en un espacio extraño, normalmente incómodo y hostil donde, por cuenta de un supuestamente beneficioso cambio de aires, se le castiga con una dieta hipercalórica, grandes dosis de rayos uva letales y la presencia masiva de artrópodos amenazantes. Los más radicales llevan el ritual al extremo de desplazarse a remotos países de culturas estrambóticas, donde la llegada del turista rico siempre es bienvenida con ceremonias folklóricas muy fotogénicas que suelen acabar con la mano extendida.


Imágenes del reportaje de Mar Requena y Rafael Vargas publicado en la edición de agosto de Casa Viva, cortesía de la revista. Arquitectura: Gerard Rodriguez. Interiorismo: Sandra Roca.

Abandonamos la casa durante la única época del año en que podríamos disfrutar de ella. En las únicas semanas sosegadas que tenemos para mimarla, cuidarla y restañar las heridas del largo invierno. Traspasamos la valla simbólica de nuestra felicidad hogareña que se nos queda mirando con expresión desabrida, borde, enojada. Ahí te quedas, le decimos, y nos vamos con patética pinta de guiri a sumarnos a las hordas de veraneantes desarraigados en continuo movimiento.
¿Qué le vamos a hacer? Somos así.




Podríamos negarnos y hacernos fuertes tras el alcázar de nuestra vieja butaca, pero si optamos por transigir y dejarnos llevar por la desidiosa condición humana, al menos miremos de endulzar ese trago desabrido. Porque, amigos,  cabe la posibilidad de conciliar nuestro entrañable hábitat con los espacios de vagos contornos y anulada personalidad que nos ofrecen hoteles y apartamentos a tanto la semana.
Se trata de que alguien diseñe un kit de hogar portátil que podamos llevar en el maletero del coche junto con las playeras y la cesta del gato, de manera que allá donde vayamos a parar, pueda desplegarse y cubrir con su presencia inequívoca el horror que se nos había preparado.



Por supuesto este kit debe integrar todos aquellos elementos que nos permitan sentirnos como en casa. Más aún: estar en casa. Debería incorporar a discreción cosas como la butaca de lectura, la almohada viscoelástica, la nevera repleta y la taza del inodoro. Es decir, todos aquellos objetos que nuestro castigado cuerpo reconoce como aliados cordiales en el borrascoso camino de la vida diaria. La lista de elementos puede ser muy extensa, pero nos conformaremos con unas cuantas piezas emblemáticas que engañen un poco los sentidos como esa fragancia que al cerrar los ojos nos lleva a un lugar lejano de la memoria, de donde no queremos volver.


Ahora que está de moda hablar de diseño emocional para justificar las nuevas propuestas de interiorismo basadas en motivaciones difusas y ligeramente freudianas, responder a esta exigencia sería un verdadero reto. Un kit de sensaciones hogareñas que, como la cesta del picnic, se pueda desplegar en cualquier rincón del mundo y depositarnos dulcemente en brazos de nuestro amable entorno doméstico. Algo que sería imprescindible no solo para turistas conspicuos sino también para viajantes sempiternos y nómadas por oficio.

No sé muy bien cómo se puede montar este kit, francamente, pero para eso están los diseñadores, que siempre alardean de que son capaces de responder a cualquier necesidad del consumidor. Pues ésta es la necesidad. Esperamos con inquietud sus noticias.

lunes, 21 de julio de 2014

Couch surfing: intercambio de parajes

Curioseando en las redes sociales me ha llamado la atención una divertida y barata forma de viajar compuesta por comunidades de personas dispuestas a intercambiar alojamiento. El asunto tiene el divertido nombre de "Couch Surfing" –literalmente, navegar por los sofás- y consiste en ceder parte de tu casa al visitante, a cambio de que tú puedas hacer lo mismo en otra ocasión sobre la base de un intercambio de información y consentimiento. Couch Surfing es una comunidad de viajeros que se alojan los unos a los otros sin otra motivación que la hospitalidad. Cualquiera puede formar parte de la red y empezar a viajar prescindiendo del albergue de juventud, el hotel o el guía turístico. La cuestión es conseguir alojamiento gratuito, que no están los tiempos para pijadas. Quien quiera saber más sólo tiene que consultar la palabreja en Internet.
Personalmente la idea me hace gracia, sobre todo para que la practiquen los demás. No sé si yo estaría dispuesto a intercambiar mi magnífico Protos por un sofacito de tres al cuarto, pero al menos la ocurrencia se merece una oportunidad.


Entro en las webs dedicadas a este surfeo doméstico con espíritu de explorador y descubro con estupor que la única información que se ofrece de las paradas disponibles en todo el planeta consiste en un perfil de los propietarios de la casa y unas vagas disquisiciones sobre la geografía y el clima del entorno.
Por lo visto eso son los únicos datos que interesan a los surferos de casas. ¿Y el sofá? No aparece por ningún sitio. No lo entiendo: si se trata de intercambiar un espacio doméstico por otro, cómo es que no se explica con detalle cómo es ese ambiente donde voy a instalarme unos días como un miembro más de la familia. ¿Cómo es el sofá? De cuero con capitoné, tapizado con un chintz con floripondios, cubierto con una mantilla de ganchillo tejida por la abuela… ¿Y qué pasa con el resto de la casa?  ¿Utilizan el lavavajillas o viven en la prehistoria del periodo Mistolítico? ¿Tienen animales  domésticos que sueltan pelo para provocar alergias? ¿Los inodoros son de aquellos antiguos con terraza donde el agüilla no se va nunca del todo?
Ni hablar. Yo soy incapaz de navegar por un sofá que no conozco. Me ha costado muchos años construirme un espacio a mi medida como para que vengan unos desconocidos a amoldar el culo en las butacas y aflojar los tornillos de mi Tolomeo.


Lámparas de lectura Tolomeo color azul de Artemide: el Rolls Royce de las lámparas de lectura

En cambio, pienso, como seguramente harán los seguidores de este blog, que sería un gustazo disfrutar durante un par de semanas de algunas de las casas que aparecen publicadas aquí. Comprobar si ciertas piezas de diseño emblemático son tan cómodas como parecen, si las piscinas interiores animan a bañarse a medianoche, si la arquitectura de la luz funciona a todas horas, si la Twiggy le hace sombra a mi querida Arco.


Si crees que Philippe Starck es el protagonista de "Los Intocables" debes revisar tus conocimientos sobre el mundo del diseño.

Noto que me crezco con la idea hasta el punto de querer fundar una nueva comunidad que se podría llamar “Design Couch surfing”, donde la personalidad de los propietarios de las casas sea un elementos secundario delante de lo que verdaderamente importa: el espacio a habitar. Sólo con el placer de intercambiar cromos con otros surferos del diseño ya me relamo de gusto. Propietarios de casas maravillosas de todo el mundo, unidos por una pasión común. Luego, por supuesto, está el tema de la personalidad de los anfitriones o de los invitados que, a fin de cuentas no es asunto baladí. Pero, qué quieres que te diga… si una persona se enamora de la grifería de mi cuarto de baño, ya me empieza a gustar. No puede estar muy lejos de mi sensibilidad, aunque provenga de la soleada y hortera California

Cómo voy a compartir mi terrazita con alguien que crea que Philip Starck era el protagonista de la serie Los Intocables. ¿Vamos a sufrir la crisis? Sí. Pero con estilo.

lunes, 14 de julio de 2014

Teletrabajo: si vas a trabajar en casa, quítate el pijama

A uno, esto del teletrabajo siempre le había parecido una pamema hasta que le tocó probarlo un tiempo, por circunstancias personales. Todos hemos pasado por ahí en algún momento, digamos por una pierna rota, una maternidad o paternidad, un traslado complejo o una simple y llana estrategia de ahorro puesto que ser trabajador autónomo está penalizado por la ley. Los americanos, siempre tan dados a adelantarse en todo, hace años que preconizan el teletrabajo como forma de reducir los gastos laborales de las empresas en desplazamientos, amortización de espacio y equipamiento. Las ventajas son obvias: trabajas como en casa (para eso estás allí) y gozas de cierta flexibilidad laboral ya que no tienes el aliento del jefe en el cogote. Las desventajas también son obvias: trabajas como en casa (que no es una oficina) y la falta de aliento en el cogote la suples con más horas que un reloj. Resultado: estrés.



El teletrabajador, para salir airoso del reto, debe evitar varias tentaciones. 
A saber: 1. Dejarse puesto el pijama. 2. Poner lavadoras a media mañana. 3. Ver la telenovela después del almuerzo rápido. 4. Charlar con la vecina. 5. Pasear al perro a media mañana.
Para contrarrestar estas distracciones, a veces inevitables, que se conjuran para estropear nuestro envidiable índice de productividad, se necesita una voluntad de hierro y una capacidad disociativa respecto al espacio donde se trabaja a fin de no confundir las cosas y acabar enviando emails desde la cocina o planchando las camisas sobre la mesa del ordenador. Organización, por favor de Dios.





Aquí es donde entra en juego la casa y su maravillosa plasticidad. Donde se demuestra que su verdadera vocación es la de adaptarse a nosotros y no al revés. La vivienda bien diseñada es la que está a nuestro servicio siempre dispuesta, como un mayordomo victoriano fiel, a anticiparse a deseos y caprichos. Porque si vemos que se resiste a las necesidades cambiantes es que la mercancía está averiada, o anticuada que es peor, y hay que devolvérsela al arquitecto de turno. Algo ha hecho mal. También puede ser culpa nuestra si nos empeñamos en ahogarla con trastos hasta oxidar su capacidad de movimientos. El “horror vacui” propio de otros tiempos, es enemigo del espíritu práctico, especialmente cuando hablamos de espacios reducidos. Fomentemos el “plenus horroris” (a mí no me miréis, lo dice Google Translator).



La casa oficina funcional es aquella que sabe cambiar de sombrero con solo accionar un interruptor o dos. La que sabe pasar de hogar acogedor a despacho agresivo en un instante, en una fracción de segundo y, por supuesto, mucho más rápido que lo que tarda un teatro de ópera en cambiar de escenario.



Es importante reservar un espacio fijo para trabajar y disponer de muebles adecuados para no andar dando vueltas con el portátil por el váter. El secreto, una vez más, está en la iluminación, que es la clave de la magia escénica. Lo sé por experiencia. Apagas las luces de trabajo de la mesa, el programa del ordenador, la impresora, la tablet y, de improviso, se hace la paz y el hogar recupera su esencia familiar. Por las mañanas el proceso es el mismo pero a la inversa e igual que se le exige este cambio radical, se le van a pedir otros menos dramáticos todos los días, y debe dar respuesta inmediata. Si una casa no está preparada para mutar de esta forma es que no se ha adaptado a los tiempos que corren. 

lunes, 7 de julio de 2014

La casa, instrucciones de uso

Enhorabuena por adquirir una vivienda nueva. Enhorabuena también si simplemente ha decidido reformar la antigua y dejarla como nueva. Es usted el afortunado/a poseedor/a de un espacio vital que, estamos seguros, le va a reportar múltiples satisfacciones. Siga las instrucciones de uso de esta guía rápida y cuide su vivienda. Ella le cuidará a usted.

 

Interiorismo del proyecto: Equipo Pepe Cabrera & Erik Kuster. Arquitectura: Carlos Gilardi. Fotografías: Gerard de Boer. Cortesía de la revista Casa Viva


Primer paso. Entre. Cierre la puerta. Respire hondo. Compruebe todas las conexiones de energía de su casa. Accione todos los interruptores, abra y cierre los grifos, las cisternas, los mecanismos, los grandes, medianos y pequeños electrodomésticos. Si su casa es de última generación testee los comandos domóticos para comprobar que responden a sus demandas. Todo funciona. No olvide que su casa es una máquina sofisticada, atravesada de punta a punta por conducciones, células y mecanismos diseñados para protegerle y ofrecerle confort. Como todas las máquinas hay que cuidarla, revisarla y engrasarla periódicamente. Conserve los mil libros de mantenimiento como si fueran un tesoro.




Segundo paso. Abra todas las puertas y ventanas. Observe a su alrededor. Compruebe que tal se lleva la casa con su jardín, con la casa del vecino, con las ventanas de las casas de enfrente, con el skyline de la ciudad, con su balcón. Escúchela respirar cuando el aire la atraviesa. Observe cómo se comporta con el sol del este por las mañanas y con el del oeste al atardecer. Qué habitaciones son más sociables, cuáles más antipáticas, qué piezas resultan tímidas y qué otras extrovertidas. Recuerde que su casa tiene temperamento  y es conveniente conocerlo tan a fondo como el de su pareja. El carácter de su vivienda le dirá donde es mejor ubicar las funciones domésticas.



Tercer paso. Es el momento de vestir la casa por dentro. Decida qué cosas necesita y cuántas quiere tener. Recuerde que más no siempre es mejor. Empiece imaginando lo esencial, que lo otro ya vendrá solo. Haga un cálculo de las horas que transcurrirán allí dentro haciendo según qué y en seguida tendrá una lista de prioridades. Sofá, cocina, cama, ducha, armario… el orden lo pone usted pero intente que la lista no se alargue. Ahí va a parar el grueso del presupuesto de decoración y no debe escatimar ni un céntimo. Sea generoso. La casa no se va a quejar de sus decisiones, pero usted tal vez sí. En todo lo demás se puede mostrar tan ahorrativo como desee.



Cuarto paso. Atención a  los detalles. Fíjese bien en las pequeñas cosas que están a la vista porque va a convivir con ellas algún tiempo. Los tejidos, las texturas de las maderas, lo que cuelga en las paredes, los gadgets decorativos, la lencería de cama, el suelo, las alfombras, utensilios y objetos de todo tipo. Todas las cosas que van a estar en contacto con su piel. Piense que no se trata de vestir la casa, decorarla, sino de revestir su vida cotidiana durante meses, quizá años.



Quinto paso. Cierre la puerta y disfrute de su vivienda. Aprenda a disfrutar la vida en casa. A no hacer nada. A hacer todo aquello que había aplazado los últimos años. Invite amigos. Deje que los niños troten. No sufra por la pintura de las paredes, ni por los pomos, los grifos o la caldera. Todo se puede renovar y probablemente lo próximo será mejor. Deje que su casa madure con usted y que se amolde a sus tics, manías y sueños. Relájese y deje que fluya y aprenda. Déle caña. Nada le reportará más goce que una casa bien educada.