A uno, esto del teletrabajo
siempre le había parecido una pamema hasta que le tocó probarlo un tiempo, por
circunstancias personales. Todos hemos pasado por ahí en algún momento, digamos
por una pierna rota, una maternidad o paternidad, un traslado complejo o una
simple y llana estrategia de ahorro puesto que ser trabajador autónomo está
penalizado por la ley. Los americanos, siempre tan dados a adelantarse en todo,
hace años que preconizan el teletrabajo como forma de reducir los gastos
laborales de las empresas en desplazamientos, amortización de espacio y
equipamiento. Las ventajas son obvias: trabajas como en casa (para eso estás
allí) y gozas de cierta flexibilidad laboral ya que no tienes el aliento del
jefe en el cogote. Las desventajas también son obvias: trabajas como en casa
(que no es una oficina) y la falta de aliento en el cogote la suples con más
horas que un reloj. Resultado: estrés.
El teletrabajador, para salir airoso del reto, debe evitar varias tentaciones.
A saber: 1. Dejarse puesto el pijama. 2. Poner lavadoras a media mañana. 3. Ver la telenovela después del almuerzo rápido. 4. Charlar con la vecina. 5. Pasear al perro a media mañana.
Para contrarrestar estas
distracciones, a veces inevitables, que se conjuran para estropear nuestro
envidiable índice de productividad, se necesita una voluntad de hierro y una
capacidad disociativa respecto al espacio donde se trabaja a fin de no
confundir las cosas y acabar enviando emails desde la cocina o planchando las
camisas sobre la mesa del ordenador. Organización, por favor de Dios.
Aquí es donde entra en juego la
casa y su maravillosa plasticidad. Donde se demuestra que su verdadera vocación
es la de adaptarse a nosotros y no al revés. La vivienda bien diseñada es la
que está a nuestro servicio siempre dispuesta, como un mayordomo victoriano
fiel, a anticiparse a deseos y caprichos. Porque si vemos que se resiste a las
necesidades cambiantes es que la mercancía está averiada, o anticuada que es
peor, y hay que devolvérsela al arquitecto de turno. Algo ha hecho mal. También
puede ser culpa nuestra si nos empeñamos en ahogarla con trastos hasta oxidar
su capacidad de movimientos. El “horror vacui” propio de otros tiempos, es
enemigo del espíritu práctico, especialmente cuando hablamos de espacios
reducidos. Fomentemos el “plenus horroris” (a mí no me miréis, lo dice Google
Translator).
La casa oficina funcional es
aquella que sabe cambiar de sombrero con solo accionar un interruptor o dos. La
que sabe pasar de hogar acogedor a despacho agresivo en un instante, en una
fracción de segundo y, por supuesto, mucho más rápido que lo que tarda un
teatro de ópera en cambiar de escenario.
Es importante reservar un espacio
fijo para trabajar y disponer de muebles adecuados para no andar dando vueltas
con el portátil por el váter. El secreto, una vez más, está en la iluminación,
que es la clave de la magia escénica. Lo sé por experiencia. Apagas las luces
de trabajo de la mesa, el programa del ordenador, la impresora, la tablet y, de
improviso, se hace la paz y el hogar recupera su esencia familiar. Por las
mañanas el proceso es el mismo pero a la inversa e igual que se le exige este
cambio radical, se le van a pedir otros menos dramáticos todos los días, y debe
dar respuesta inmediata. Si una casa no está preparada para mutar de esta forma
es que no se ha adaptado a los tiempos que corren.
Estupendo artículo Marcel.
ResponderEliminarEstá claro que el teletrabajo es una tendencia al alza en España pero no tenemos ni cultura ni viviendas adaptadas a este estilo de vida.
Personalmente participo en un proyecto muy interesante que trata de dar soluciones de amueblamiento específico para teletrabajadores, se llama www.homeoffice.es. Os animo a visitar dicha web y su blog: blog.homeoffice.es .
Saludos a todos!!
Gracias, José Manuel. Visitaré tu web con mucha curiosidad.
ResponderEliminarUn saludo