Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Los diseños más feos de 2014: pasen y vean

¿Cuáles han sido los diseños que nos han dado mal rollo este año? Aquellos que han sacrificado la sensación de armonía y orden en aras de un impacto visual mal entendido; o de una corriente organicista que evoca la obra de Giger para el film Alien; o aquellos que buscan la complicidad de clientes de mal gusto que opinan que el diseño es una etiqueta para presumir de pasta. Hemos hecho una selección de todo lo que ha llegado a nuestra redacción y he aquí el top ten del diseño feo, el culmen del mal gusto, lo que no debemos comprar nunca ni siquiera para un cuñado odioso.
Por supuesto, esta entrada recoge una opinión absolutamente discutible de quien esto firma y que está dispuesto a escuchar voces contrarias. Faltaría más.



Esta mesa de Fendi Casa recupera las esencias de los ataúdes más bellos que conocemos con su peana dorada y su cruz en la tapa. Descanse en paz el buen diseño. 


Morelato recupera innecesariamente esta butaca que, en su día, perpetró Mario Bota y que ha envejecido terriblemente desde la época de Memphis. Representa a un señor a punto de bailar una sardana.


La empresa portuguesa Paolo Cohelo (esperemos que no sea del novelista pseudopsicólogo brasileño) aporta esta penosa versión descafeinada de la lámpara Twigy de Foscarini que probablemente se tumba al primer soplo. Copia. Meeec!



La cómoda que nos ha dado más mal rollo y dolor de cabeza es esta pieza de la firma holandesa Ontwerpduo que se entrega con una lente deformatoria que, oh, milagro, la pone tiesa a través del cristal. ¿Pa qué?




La empresa Stress Less se podría exprimir  un poco el coco y contratar algún diseñador que nos convenza de que los sillones de relax no tienen porque ser horrorosos. Éste, digno de una peluquería de barrio, se lleva el premio




Otro copión que se queda tan ancho después de fusilar el Nest de Dedon. La empresa se llama Skyline. Como dijo el sabio, bienvenidos sean nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos. Lo mejor es la rubia. 




La firma Martínez Orts combina en esta lámpara todos los despropósitos que ha encontrado en el almacén para presentar un puzzle infumable con aires de Murano y acabado viejuno.




Este puf de los franceses Mise en Demeure tendría sentido en una tienda de neumáticos, pero en casa no deja que se acerque nadie. Compite con otros tapizados con tejidos risibles pero hemos escogido éste porque es feo por que sí.




Una lámpara que presenta Portobello Street que da miedo, mucho miedo: astas de venado trenzadas con pantallas de pelo de marmota, cadenas, argollas, todo fundido en bronce... Ven hacia la luz, Caroline.




La italiana Slamp ha encargado a Nigel Coates unas lámparas y éste ha tirado de lo primero que se la ocurrido y ha hecho unos monigotes metálicos que dejan escapar la luz y la risa. 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Estilo Vintage: los crímenes del Museo de Cera

Los años noventa fueron la época gloriosa del mestizaje que era como asimilar algo de la modernidad pero con mala conciencia. Con el cambio de siglo y las nuevas circunstancias, las ambigüedades se han acabado. Es el Reino del Vintage.


 Los grandes ríos de las tendencias decorativas se originan en manantiales tan diversos como los locales de restauración, la televisión, el cine, las revistas y las expresiones artísticas. Si nos fijamos en las primeras habrá que aceptar que estamos en plena y fanática revisión del pasado. De Londres a Shanghái, de Sao Paolo a Estocolmo  no hay restaurante que se precie que no parezca extraído de un documental de la Europa de entreguerras, con pinceladas exóticas o sin ellas. Espacios añosos con sillas de metal o de madera curvada que parecen rescatadas del contenedor (ahora mismo la Tolix de colorines es un bestseller inesperado), mesas carcomidas por el tiempo y el friegue intensivo con jabón Lagarto, baldosas hidráulicas descascarilladas, lámparas de metal rescatadas de anticuarios, herrajes de aspecto art-decó, librerías inesperadas, cachivaches varios atornillados en los estantes, luces tenues que cohesionan la ensalada visual de nostalgia por un tiempo pasado en que la vida real no era tan amenazante.



Porque me niego a creer que esta moda sea pura casualidad. Más bien parece el reflejo de una época miedosa en que la incertidumbre se ha convertido en la única cosa cierta que nos queda y el futuro se contempla como algo amenazador donde sólo se mueven con gusto los hípsters de barbas largas (como las que frecuentaba mi bisabuelo, por cierto), gafas de pasta y habilidades informáticas varias. Miremos hacia atrás porque hacia delante nos da canguelo. El pasado era algo penetrable y humano -o al menos eso nos parece ahora mismo- por lo que nos sentimos reconfortados en brazos de un amable orejero de cuero gastado mientras tomamos un café y charlamos. Y en cambio, todo lo que huele a modernidad, racionalismo y sencillez estética (ese ramillete de valores democráticos que costó tanto conquistar y estamos perdiendo a marchas forzadas) se identifica con la crisis de la modernidad.


El otro día leí en una reseña de un nuevo restaurante de Madrid que se trataba de un diseño retro vintage, lo que se presentaba como un aliciente similar a la calidad del jamón para acercarse allí. A ver, un poco de orden por favor. De entrada, estamos hablando de dos conceptos que no se deben confundir. Un mueble, un objeto o un ambiente se consideran vintage cuando poseen una solera real acumulada con el tiempo, el polvo y el uso. En este sentido se trata de algo realmente viejo, y si se trata del mundo de la moda, de donde procede el término, una prenda que tiene más de veinte años. El término retro se debería reservar a todo aquello que está inspirado en elementos del pasado. El nuevo Mini tiene una estética retro. Un Mini restaurado de verdad como el que conducía mi amigo León hace treinta años es vintage.


En cualquier caso nos hallamos ante una estética tan pobre como engañosa, que cubre su vacuidad con aparente miedo al vacío y que a falta de discurso estético echa mano de todo lo que pilla para abrumarnos con sus guiños al siglo pasado. Una visita gratuita al infame Museo de Cera. Esperamos que no contamine con su retórica polvorienta el universo de la casa para no tener la sensación de que damos un paso atrás.
Bien pensado, cómo va a convencernos de que en plena era de la vivienda inteligente, interconectada y autosuficiente debemos colocar un quinqué de aceite falso en el salón. Decididamente, el retro vintage es una tendencia de cartón piedra para una época con escaso apego a su tiempo. Que viva pocos años.