“El diseño es un lenguaje. De
acuerdo. Pero ¿cómo es que lo habla tan poca gente? Este país tiene una renta
de creatividad per cápita muy superior a la de muchos otros y por eso produce
tan buenos profesionales del diseño. De hecho, aparte de sol y playas, lo único
que podemos exportar a largo plazo es cultura, envasada en forma de gastronomía
de vanguardia, de arte o de diseño en sus variadas especies. Es lo mejor que
podemos ofrecer al resto del planeta. Y no está mal. Entonces, ¿por qué hay que partir
de cero cada vez que explicas a nivel divulgativo un aspecto de nuestro diseño?
"Cada casa es un mundo: Diez tópicos sobre decoración que urge desmontar", Marcel Benedito, Why Worry Editorial
Después de trabajar unos meses en
mi libro sobre arquitectura de interiores, me doy cuenta de que gran parte del
esfuerzo lo he dedicado a explicar que no hay más remedio que ser apasionado e
intransigente con este tema. Defiendo el diseño actual y el talento reconocido
internacionalmente de nuestros profesionales, contra el desprecio ignorante que
encubre el rechazo a la supuesta frialdad del diseño. Arremeto contra el mal
gusto y sus coartadas para llegar exhausto a lo que tendría que haber sido el
punto de partida del libro: el diseño de interiores español es excelente y hay
que degustarlo como ejemplo para el resto del mundo.
Para alcanzar este punto hay que
desbrozar un camino extrañamente repleto de maleza. Porque en interiorismo
doméstico “todo” no vale y lo que nos venden como recursos de mestizaje,
eclecticismo, o mix de estilos, no es más que una coartada para abrazarse al
“horror vacui” que caracteriza a un país cuya generación de mayores pasó hambre
de verdad. Un país que se creía rico pero que, mentalmente, sigue siendo pobre.
Y la pobreza, como ya sabemos, se amortigua con el analgésico de la
acumulación. Un país que pretende disfrutar de la última tecnología reposando
sobre una alfombra de imitación persa tejida en fibra artificial.
Aspecto del espacio del Colegio de Decoradores de Girona en La Fira de octubre
Las revistas de decoración como
reflejo de la realidad cotidiana muestran esta triste paradoja. La ausencia de
una mínima cultura de la casa impide encontrar interiores personales, atractivos,
modernos, vividos, frescos. En su lugar hay que escoger entre espantos repletos
de cachivaches o espacios desnudos que muestran una visión integrista del
habitat de vanguardia. Cultura de la casa, en este sentido, es un concepto que
supone asumir una serie de valores como algo normal, consustancial a nuestra
forma de entender el entorno, sin imposturas, ni esfuerzos. Una actitud ante
los espacios domésticos que da por sentado que serán funcionales, limpios,
modernos y ordenados, y a partir de ahí, tan personales como nos apetezca.
Porque los espacios deben hablar el lenguaje de las personas que los habitan. Fomentar
la cultura de la casa, ayudarla a muscular en el gimnasio de las publicaciones,
es mejorar una situación de ignorancia claramente anómala.”
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