Creía que sabía todo lo que había
que saber sobre privacidad doméstica hasta que cayó en mis manos un proyecto de
residencia en el que el cuarto de los sanitarios se enfrentaba ufano a un ventanal
que daba al jardín trasero de la casa. La naturaleza te llama por partida doble…
Fotografías de Jordi Miralles, cortesía revista Casa Viva
La historia de la privacidad, en
cierto modo, es la propia historia de la casa y si estudiamos la evolución de
este concepto veremos que el punto de vista sobre la intimidad define
perfectamente la configuración del hábitat a través del tiempo. Desde los baños
en grupo medievales con propósitos más lúdicos que higiénicos hasta el
“boudouir” femenino del siglo XVIII, desde las antiguas casas agrícolas, donde
se apiñaba toda la familia junto a los criados, hasta el moderno apartamento
unipersonal nada hay escrito que no pueda ser cambiado en cuanto a privacidad.
A los meridionales nos llaman la
atención las ventanas sin visillos de las casas holandesas que permiten fisgar
sin remordimientos el aspecto del salón, de la misma forma que a sus ocupantes
les debe chocar la costumbre de dejar las puertas abiertas en los pueblos de
nuestro país durante todo el año. La intimidad que ofrece una casa con las
paredes de papel encerado, como en las viviendas tradicionales japonesas, es
casi una quimera; pero si lo miramos con cuidado veremos que las construcciones
urbanas de las últimas décadas y sus tabiques de pladur también nos ofrecen una
sensación de aislamiento muy precaria basada más en la ilusión óptica que en otra
cosa, como podemos comprobar cuando los vecinos discuten o ponen la tele un
poco alta.
La arquitectura moderna, aún en
plena digestión de los manifiestos de la Bauhaus, apoya sus proyectos en las
estructuras ligeras y los muros cortina de cristal y, por si eso fuera poco, la
moda de los loft elimina los pocos tabiques que quedaban en pie dentro de un
espacio doméstico en aras de la libertad… Lo más cool de una casa estilo "modernez" es que el dormitorio y la ducha compartan el mismo espacio, sin pensar
hasta que punto a sus propietarios les apetecerá renunciar a los últimos
reductos de la intimidad.
Para acabar de complicar la
cuestión y por si alguien cree que todo el asunto se soluciona recuperando las
viejas compartimentaciones urbanas, esas que se dibujaban con vocación de
colmenas y espíritu de pasillo, resulta que llevamos encima el arma más
poderosa de destrucción de la intimidad en el bolsillo del pantalón: nuestro
móvil.
Tal como nos muestran los expertos
en privacidad online, nada se escapa a los centros de control a través de
nuestras decisiones de compra, las conversaciones o chats guardados, las fotos
compartidas, las consultas realizadas, las páginas navegadas y los datos
almacenados en la nube que conforman ese poder supremo conocido como “Big
Data”. La privacidad es un espejismo en un mundo que ha llegado a un estadio
tecnológico capaz de almacenar todos nuestros movimientos y guardarlos para ya
veremos qué. De hecho el recurso más preciado en esta era no es otro que la
información sobre nuestros movimientos. Preguntar cómo se financian empresas
tan populares como Wallapop y tendréis la prueba.
Vivimos, más que nunca, en una casa
de cristal, de modo que tal vez no sea tan descabellado dejarse de disimulos y
enfocar los inodoros al jardín. Al menos disfrutaremos del verde…
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