Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

lunes, 13 de octubre de 2014

Customizar es lo natural en interiorismo

Customizar es un bonito barbarismo que, en el mundo de la moda, tiene el significado de rescatar un producto industrial del montón para intervenirlo a mano y darle un aire personal y único. Es pasar de la industria a la artesanía o, lo que es lo mismo, desandar lo andado en los últimos cien años. En realidad no estaría mal desandar muchos caminos que nos llevan a parajes inciertos, y no solo el de la industrialización salvaje.
Si nos vamos al mundo del automóvil, sección garrula, nos encontramos con el término tunear que define una operación muy parecida pero más metálica, más plancha y pintura que la primera.
En ambos casos los “palabros” son meros anglicismos que vienen a sustituir el castizo “personalizar”, para darle un aroma a actualidad, a guay y a misterio para iniciados que, reconozcámoslo, el idioma de Shakespeare aporta con admirable facilidad.
¿Existe un tema parecido a customizar o tunear en el diseño de interiores? De hecho, alguna de las ideas más divertidas que hemos detectado en las últimas y exhaustas ferias profesionales, gira alrededor de la intervención final del consumidor, como los sofás a la carta, o aquellos que permiten escoger la tapicería on line. Y si le damos dos vueltas al tema pronto se nos aparecen en nuestra memoria enciclopédica las lámparas de Maurer que aceptan mensajes o dibujos del niño a modo de pantalla, los nuevos programas de mueble infantil que se pueden ilustrar con la foto del retoño, las composiciones modulares más complejas… Definitivamente, sí... Existe la customización en nuestro sufrido entorno. Vamos a recopilar todo lo nuevo que hemos encontrado al respecto y hagamos un artículo sobre esta tendencia.


 Lámpara Zettel de Ingo Maurer, un magnífico ejemplo de customización "avant la lettre", ya que permite componer el difusor luminoso con nuestros propios mensajes. Como todo lo del suizo, genial.

Veamos como se pasa en un entorno residencial de lo industrial y seriado a lo personal e intransferible: se trata de coger un espacio vacío dado, equiparlo y vestirlo para que se amolde a nuestras necesidades diarias, se parezca a  nosotros y a ningún otro; asombre a los amigos si es posible, y de paso se nos adelante para explicar a nuestros visitantes cómo somos, qué nos gusta, qué comemos, qué entendemos por ocio y por cultura. Sería un poco como tunear una casa con los alerones de la última tecnología doméstica, la carrocería de los nuevos materiales, para acabar customizándola con las ropas y complementos que mejor se adaptan a nuestra personalidad. Un poco de todo, vaya.
Visto desde este punto de vista, el proceso mola mucho, pero si somos un poco rigurosos habrá que confesar que, en realidad, estamos hablando de un trabajo de interiorismo corriente y moliente: instalar, pintar, decorar. O sea que las casas se han customizado toda la vida con más o menos gracia, se han personalizado irremediablemente, a veces para reflejar a personas extraordinarias y otras para dar pena. Estamos inventando la sopa de ajo puesto que no hay dos viviendas iguales y en decoración el proceso de personalización es tan elemental como inevitable. Los muebles y complementos son los vocablos de un lenguaje que algunos balbucean y otros usan para elaborar discursos maravillosos. Pero siempre son únicos.


El programa de sofás de la firma My Oruga permite al consumidor diseñar el formato y la tapicería desde la página web de la empresa.

¿Nuestro gozo en un pozo? Pues no, porque el hecho de que la customización sea inherente al proceso de diseño no le quita mérito sino, al contrario, le presta nobleza y pedigree. Que sea habitual lo hace aún más reivindicable y nos obliga a fijarnos en ello y a venderlo a nuestros clientes. No estará de más enfatizar este aspecto de espacio único, seña de identidad del buen diseño de interiores, a través de una palabreja que se centre en ello (no hay que despreciar un buen barbarismo relleno de aromas cool, aprendamos del mundo de la moda que nos lleva mucha ventaja en temas de comunicación). 
Necesitamos un vocablo que se refiera a la operación de personalizar espacios con el necesario glamour expresivo como para que haga fortuna por ahí fuera. Como saben las empresas de “naming” (sí, las que se inventan nombres y cobran por ello), si una marca no tiene nombre, simplemente no existe. Es difícil pero en un alarde de iniciativa nosotros proponemos “decoratear”, como derivada del verbo inglés del mismo significado, para expresar esas ansias de no parecernos a nadie, de hacer una casa diferente, personal e intransferible. Vale... no es muy original, pero es un principio. 
Se aceptan sugerencias.

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