Los bancos y los estados son como el chiste del dentista y
el paciente, que le coge por los huevos diciéndole “No vamos a hacernos daño,
¿verdad?" Se necesitan mutuamente porque para funcionar ambos deben hacer que
fluya el dinero. Lo mismo pasa con estados grandes o pequeños, con las grandes
corporaciones y con los mercados… todos se cogen por los huevos y se protegen
entre sí, aunque de vez en cuando no haya más remedio que arrancar alguna muela
para que el resto siga sano. Es lógico
que los organismos económicos europeos hayan hecho algunas transferencias para
echar un cable a las entidades más incompetentes ya que la estabilidad aparente
del sistema es la base sobre la que se mueve todo. Pueden cerrar mil empresas y
no pasa nada, pero si cierra una entidad bancaria y se forma una cola a la
puerta para recobrar el contenido de la cartilla, la gente se inquieta y eso es malo…
Total, que aceptamos que los bancos sean los únicos que tengan garantizado
sobrevolar la crisis sin desaparecer. Son especies protegidas. Vale.
Ejemplo de oficina de atención al público de una sucursal bancaria. Diagnóstico: espacio atroz para infundir miedo a los clientes.
Pero ¿ya que cuentan con la benevolencia de sus compinches
poderosos no podrían darle una mano de pintura a sus oficinas? Salvo honrosas
excepciones (que se pueden contar con los dedos de la mano) las oficinas
bancarias de este país son un horror incomprensible; un cúmulo de despropósitos
estéticos que parecen diseñados para espantar al cliente antes de entrar; un
remedo de aquella tremenda Oficina Siniestra que retrataba Pablo en La Codorniz en la posguerra.
Las sucursales bancarias (no las oficinas de atención a grandes impositores) están pensadas para la incomodidad de los clientes,
para que las colas se desdibujen y la gente se mire asustada como en una
comisaría política; para que no tengan otra distracción que los atroces
pasquines autopublicitarios de la entidad, repletos de sonrisas blanqueadas.
Están pensadas para imponer respeto a los clientes como las antiguas
catedrales, pero sustituyendo la espiritualidad de los santos y vírgenes por
las efigies que aparecen en los billetes y monedas. Encima no te puedes
encomendar a George Washington porque los euros son tan asépticos que no
homenajean a nadie.
Hay que reconocer a esta entidad cierta actitud hacia sus clientes. Aprobado justito.
La descripción de una sucursal bancaria es un catálogo de
errores de interiorismo que parece diseñado para mostrar en un escuela de
diseño qué cosas no hay que hacer en un espacio público: enmoquetar de arriba
abajo, eliminar ventanas, iluminar a base de fluorescentes tétricos, colocar
las mesas estratégicamente para complicar la circulación, utilizar feos
separadores con folletos, prescribir asientos sin personalidad y dudosamente
confortables, poner música ñoña a escaso volumen, congelar a la gente en
verano. Por supuesto no vamos a comentar el impacto estético que producen
algunas medidas de seguridad como la doble puerta acristalada o la pecera de
seguridad. Esos parecen males menores al lado de la frialdad y rechazo que
muestran las oficinas desde la calle.
Alguna entidad sustituyó los mostradores por mesitas de
atención al cliente, mucho más agradables y humanas, pero la esencia de la
oficina permaneció intacta en forma de colas feas y entorno gris. Los bancos se
limitan a diseñar una fuerte identidad corporativa en sus logos y comunicación,
en su publicidad y formatos estáticos… y en lo que respecta al interiorismo se
conforman con trasladar el color corporativo a determinados elementos de las
sucursales, y poco más. Si sustituimos el azul del BBVA por el rojo del
Santander, no sabremos dónde estamos. La preocupación por la identidad
corporativa se acaba en las soluciones gráficas pero no suele llegar hasta los
espacios que parecen intercambiables entre unos y otros bancos, lo cual
demuestra lo evolucionado que está el tema del branding en nuestro país, y la
escasa importancia que se concede a los espacios. Un suspenso para los bancos
en Sensibilidad y Calidad Humana (vaya noticia).
El Sugamo Shinkin Bank en Shimura, Tokio, proyecto de Emmanuelle Moureaux, que demuestra que os bancos pueden permitirse planteamientos atractivos y no están obligados a ser feos por definición.
Estimado Marcel, casi nadie ha acertado nunca en el diseño de las oficinas bancarias, pero quizás ahora vale la pena acercarse a la oficina prototipo de La Caixa en la Diagonal de Barcelona, cerca de Aribau. Francesc Rifé la ha vuelto a clavar.
ResponderEliminarIgnasi: prometo ir a verla y rendir cuentas. Un Rifé siempre es un Rifé. Un abrazo
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