Disfrutamos de un clima
envidiable capaz de crear las condiciones ambientales perfectas para pasear. Y precisamente
pasear, no correr, ni caminar, sino pasear mirando el cielo, las montañas, los
ríos, el paisaje y la persona que tenemos al lado, es el mejor aliado de la
conversación. Y como todos sabemos, la conversación conduce el desarrollo de la
cultura de las sociedades. Una sociedad que pasea (recordemos los primeros
filósofos griegos, los peripatéticos) es una sociedad que aprende, interacciona
y evoluciona, una sociedad inteligente.
Lo mismo ocurre con la luz
mediterránea. Hay muchos rincones en todo el planeta donde la luz es
maravillosa pero en el Mediterráneo, además de ser así, es una luz dulce, equilibrada,
armoniosa. Una luz amable con la que nos relacionamos con naturalidad, de tú a
tú. A tus amaneceres rojos se acostumbraron mis ojos, canta Joan Manuel Serrat.
Las imágenes que ilustran esta entrada son de Albert Font y forman parte de un reportaje que se publicará en la edición de junio de la revista Casa Viva
Los pueblos que carecen de luz
durante el año, como los países del norte de Europa, o los que tienen un exceso
de ella, como los del continente africano, tienen una relación conflictiva con
la luz y por esa razón gustan tanto de los colores expresionistas. En
definitiva el color es luz y en ambos casos los colores son recibidos de forma
natural con tacañería y sin matices. Por eso necesitan recuperarlos en su
ámbito cotidiano a través de tejidos, ropa y objetos. Incluso en las fachadas
de las casas (Amsterdam, Dublin) se aprecia este anhelo por rascar un poco de
luz a través del colorido.
A nosotros, habitantes de
una península netamente mediterránea,
nos gusta el blanco y el negro. Vestimos de blanco o de negro. Nuestros coches
son blancos o negros, y nuestras casas son blancas, precisamente porque ya
disfrutamos de todos los matices del espectro de colores desde pequeños. No
necesitamos más a nuestro alrededor.
Trabajar con la luz en nuestro
país es muy fácil y a la vez muy difícil. Muy fácil porque poseemos una
sabiduría genética sobre la iluminación equilibrada. Muy difícil por la misma
razón, que nos hace ser muy críticos con la luz ambiente y percibir los cambios
más sutiles. Nos costará acostumbrarnos a los leds… una luz demasiado técnica
para nuestro gusto.
En el lenguaje decorativo, la
iluminación juega un papel fundamental, capaz de ensalzar o estropear
definitivamente un interior con su intervención. Conocemos algunas de las
reglas gramaticales para que la iluminación artificial nos acompañe con la
misma sutileza y vivacidad que la luz del sol. Luces puntuales, mezcla de focos
de diversas calidades, estrategias ambientales para resaltar la calidad de los
volúmenes en las casas. Pequeños detalles como los spots instaladas en el
suelo, o los que se esconden detrás de un perímetro para resaltar una línea y
de paso explicar la circulación. La profesión de Light Designer, recientemente
llegada a nuestro país, existe desde hace muchos años y se considera una rama
específica e importantísima del diseño de espacios. La UPC ofrece un postgrado enLight Design, por cierto.
Confieso nuestra limitación desde
las páginas de la revista, a la hora de mostrar cómo funcionan de forma
efectiva esos ambientes mágicamente iluminados. Con las luces encendidas o
apagadas, los matices de color se pierden inevitablemente y sólo nos queda el
pobre recurso de explicarlos con palabras.
Los que amamos el interiorismo
sabemos que hay que escuchar atentamente lo que nos cuenta la luz en un susurro
para experimentar su esencia. Fotografías espléndidas de libros, blogs y
revistas aportan ejemplos atractivos e inspiradores de lo que llamamos la prosa
del diseño de interiores. Pero hay que salir a la calle, entrar en ciertos
espacios y abrir bien los ojos para saborear lo que algunos magos del
interiorismo hacen con la luz. Pura poesía.
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