Es una actitud ante el presente que
convierte el acto más prosaico y cotidiano en el verdadero sentido de la vida.
Es un gesto orgulloso que resume todo lo que sabemos de nosotros mismos y todo
lo que anhelamos descubrir. Es mucho más que cuatro paredes, un techo y una
serie de tripas tecnológicas que nos brindan ciertas comodidades. Es el espacio
que compartimos con la gente que amamos y que suele ser mucha, interesante y
variada. Por eso la casa también cambia sus dimensiones, se crece cuando hace
falta, o se hace pequeñita por la noche, y ocupa apenas unos centímetros más
allá de la cama.
Una casa puede ser una mansión fantástica con promesas de felicidad
incluida. Pero también es el lugar donde una mujer corta con delicadeza unos
dientes de ajo, se limpia las manos en el delantal y sorbe de una copa de vino
blanco fresco. En el momento en que te sonríe las promesas se hacen realidad.
Una casa es una apuesta de futuro. Un rojo o un negro. Un par o
impar del tablero de las cosas que aún no hemos hecho. Es un espacio positivo
que se nutre de nuestro optimismo y se lleva por los sumideros los malos ratos
que, sin duda, nos esperan. También es el espacio donde los niños se pelean,
ríen y esparcen sus cosas por el suelo de forma despiadada. Donde caen rendidos
por la noche y relajan sus cuerpos de exploradores aventureros.
Una casa es un centro de salud mental y física, un rincón dedicado
al bienestar donde dibujar el día con el carboncillo que dejan los sueños. Un
espacio de trabajo donde consultar, leer y navegar, comunicarse, pensar y
gestionar. También es el poste de señales que nos permite encontrar el camino
en el momento en que las cosas se tuercen, hablar con nosotros mismos, cantar
en la ducha o maldecir a los dioses cuando se lo merecen.
Una casa es un ámbito de relación donde la amistad y la familia
encuentran su ágora particular donde intercambiar cromos de experiencias,
saberes y carencias. Un foro abierto de alegrías y confidencias al oído.
También es el suelo de algodón blanco donde las parejas descubren el infinito
cuando hacen el amor. El visillo que les murmura una canción de cuna cuando
caen exhaustos con los brazos y piernas entrelazados.
Una casa es un lugar que expresa nuestro punto de vista, que se
prueba nuestra ropa y, a veces, decide por nosotros el aspecto que presentamos
al exterior. Es un álbum de recuerdos que llenamos de viajes al extranjero, excursiones
al centro y paseos por la playa. Es un espacio imaginario que no nos abandona
desde la primera vez que fuimos conscientes de que los abuelos y su casita con
olor a verduras eran un mismo ente.
Una casa es una carta de amor dibujada en un plano de planta. Una
declaración de amistad y admiración donde los sentimientos tienen cotas de
alto, ancho y largo. Por eso debemos escoger los muebles pensando que, en el
fondo son un abrazo, los tejidos y maderas, una caricia. El color de las
paredes, un gruñido de satisfacción. Las ventanas, un guiño; las luces un suave
pellizco en el culo. Y las llaves de la puerta principal, cuando alguien te las
confía, son el beso más dulce que podemos imaginar.
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