¿Qué puede hacer el diseño de interiores por
mejorar nuestro mundo? Pregunta interesante que nos planteamos todos los que
creemos en la necesidad del buen diseño y que los profesionales contestan
hablando de cosas como Calidad de Vida, Belleza en nuestro Entorno,
Funcionalidad y Estética… Sí, es cierto. Entre los objetivos de los diseñadores
siempre hay un ojo puesto en la excelencia del entorno y de las pequeñas y
grandes cosas que lo componen. Todo eso y mucho más aporta el diseño
industrial o de interiores a nuestra vida.
Pero yo destacaría algo más
esencial, algo que está en la base de esta disciplina, que supone una actitud y
no una competencia de gente que sabe proyectar paisajes urbanos, edificios,
casas, ceniceros… Una mirada a las cosas que es la verdadera lección del buen
diseñador. Un golpe de agua fresca a la cara que nos limpia los ojos por la
mañana. Una revelación inesperada que vuelve del revés la forma en que nos
relacionamos con lo que nos rodea. El diseño aporta algo increíblemente
poderoso en nuestro tiempo repleto de
información, ruido y mensajes que recibimos de continuo y a todas horas. Aporta
el concepto de simplicidad. Un valor poco apreciado que adquiere, de golpe, una
gran importancia.
Los grandes inventos del TBO, en este caso dibujados por Tur, eran la antítesis del concepto moderno del diseño, pero eran entrañables.
La mejor definición del trabajo
de un diseñador me la confió una noche el gran Josep Lluscá, en un restaurante
de Colonia, tras un choucrut magnífico remojado con cerveza fría. La
historia, además de instructiva, es preciosa:
“El responsable de una vía férrea está preocupado porque los viajeros
se quejan de que el traqueteo de los trenes les impide dormir durante el viaje.
De modo que, para resolver el problema,
llama a un ingeniero y a un diseñador. Les expone el conflicto y les pide que
den con una solución para el ruido que producen las ruedas al pisar las juntas
de acero de las vías en el plazo más breve posible. Al cabo de dos semanas los
dos profesionales se presentan ante el director de la línea de ferrocarriles
con sus soluciones. El ingeniero ha proyectado un sofisticado dispositivo de
amortiguación a base de ballestas, muelles y flexos que hace que las ruedas
pasen por encima de las juntas de las vías de forma extremadamente suave. Es un
poco caro pero el ruido queda bastante amortiguado. El director está complacido
y entonces se dirige al diseñador que solo trae un tramo de vía en sus manos.
¿Y usted que propone? le pregunta. Y el diseñador le muestra la vía y le dice:
Simplemente, que hagan las juntas en diagonal y problema resuelto…”
La fábula del ingeniero y el diseñador, según Lluscà con moraleja y todo
La complejidad es una variable de
nuestra vida que da trabajo a mucha gente. La burocracia, la política, la
economía de Estado, el poder judicial, el derecho, son temas complejos que
precisan de profesionales muy preparados para solucionar nudos que, al final,
eran relativamente sencillos. El diseñador elimina la complejidad de nuestro
entorno y nos enseña que la sencillez es mucho más reconfortante y apropiada
para el día a día. Nos muestra que eliminar y saber reducir las cosas a lo
esencial es lo que nos permitirá afrontar el futuro con garantías de éxito, sin
cargarnos el planeta ni caer en necesidades superficiales que, si las
analizamos con detalle, tal vez no eran tales. En un mundo en que el silencio,
el espacio vacío y la paz son los primeros valores a conservar, tal vez sea
bueno pensar con la mentalidad del diseñador que, simplemente, cambió el corte
de las vías.
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