Fotografías cortesía Shigeru Ban
Hay imágenes de Shigeru Ban (un
señor con bigote de lo más normal), arremangado para echar una mano a los
voluntarios locales en el momento de levantar estas frágiles estructuras que él
mismo define como arquitectura de emergencia. No se puede decir, por tanto, que
se trate de un gesto de compromiso de salón, sino de una seria conciencia
profesional que ha merecido justo reconocimiento. Qué lejos de esos arquitectos
estrella que no tienen empacho en multiplicar por cuatro sus presupuestos,
pasan tranquilamente de la gente y ni siquiera se preocupan si el pavimento de sus magnas creaciones es
propenso al resbalón o la piel de cerámica se cae a trozos.
Siempre he declarado mi amor reverencial al concepto de hogar, aunque soy consciente de que solemos tener entre manos viviendas que no están al alcance del común de los consumidores. Son circunstancias diferentes a las que rodean la desgracia de los damnificados pero, en cualquier caso, participamos de la preocupación por un derecho fundamental del ser humano como es el de disfrutar de un cobijo.
Disfrutar saboreando las casas
ajenas es una forma de rendir homenaje a la arquitectura residencial y a las
personas que la hacen posible. Es un reconocimiento al maravilloso trabajo de
los interioristas y a lo mucho que puede hacer por el crecimiento personal un
espacio adecuado. Es creer en el concepto de hogar y valorar positivamente la
decisión de dedicarle más recursos en vez de despistarlos hacia otras formas de
ocio. Es creer en la capacidad curativa de los espacios, de la luz y los colores;
en las posibilidades que nos ofrece
nuestro entorno para ser mejores y compartir este anhelo con los
nuestros.
Estos años de crisis económica
que aún no han acabado suponen, por encima de todo, una lección de humildad que
va a configurar el temperamento de, por lo menos, una generación de ciudadanos.
Nada volverá a ser igual en este siglo XXI que ya empieza a madurar: ni el
trato con el planeta, ni la gestión de los recursos, ni la relación con nuestro
entorno, ni el diseño de los espacios. Un toque de atención para nuestra
conciencia que seguirá soñando con mansiones y casas con balcones al mar pero
que, en el fondo, no puede olvidar a personas no tan privilegiadas como
nosotros.
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