¿Quién no se ha levantado alguna vez un mueble del contenedor de la calle para adoptarlo amorosamente? ¿Quién no se ha despedido con una lagrimita del viejo butacón desvencijado y al volverse para darle una última mirada ha visto con asombro que ya había desaparecido? Eso es lo que podríamos llamar reciclaje activo.
Lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en reciclaje es el ladrillo de pavés convertido en cenicero. Después el palet con ruedas pintado y barnizado a modo de mesita de centro. Más ejemplos… Los tarros de cristal cuya tapa se atornilla al techo del garaje para contener tornillos. La valla de obras convertida en cabecero de cama. Las botellas de cristal de colores con una pantalla convertidas en lámparas de sobremesa. Las entrañables estanterías de ladrillos y tablones. Las traviesas de madera de las antiguas vías férreas transfiguradas en escalones para el jardín. Los manteles adelgazados hasta la condición de caminos de mesa. Los lavaderos de bacalao en los baños a modo de lavabo. Los grifos reconvertidos en tiradores. Las baldosas de cerámica recuperadas como platos o posavasos. Las fantásticas cajoneras de los linotipistas, ascendidas a la categoría de cómodas. Las mesas mutiladas que ahora son consolas. Los molinillos de café, los teléfonos de baquelita, los carteles publicitarios de lata y las cajas de galleta que devienen objetos decorativos…
Lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en reciclaje es el ladrillo de pavés convertido en cenicero. Después el palet con ruedas pintado y barnizado a modo de mesita de centro. Más ejemplos… Los tarros de cristal cuya tapa se atornilla al techo del garaje para contener tornillos. La valla de obras convertida en cabecero de cama. Las botellas de cristal de colores con una pantalla convertidas en lámparas de sobremesa. Las entrañables estanterías de ladrillos y tablones. Las traviesas de madera de las antiguas vías férreas transfiguradas en escalones para el jardín. Los manteles adelgazados hasta la condición de caminos de mesa. Los lavaderos de bacalao en los baños a modo de lavabo. Los grifos reconvertidos en tiradores. Las baldosas de cerámica recuperadas como platos o posavasos. Las fantásticas cajoneras de los linotipistas, ascendidas a la categoría de cómodas. Las mesas mutiladas que ahora son consolas. Los molinillos de café, los teléfonos de baquelita, los carteles publicitarios de lata y las cajas de galleta que devienen objetos decorativos…
Mesita de centro hecha con un palet pintado y cuatro ruedas: un clásico del reciclaje doméstico
La lista es tan amplia como
nuestra imaginación y tan apasionante como todo aquello que podemos conseguir
con nuestras propias manos. El reciclaje doméstico se ha convertido en una
necesidad de la moderna sociedad de consumo, ahogada por el peso de sus propios
deshechos y que no tiene otro camino que cambiar completamente de mentalidad
para disminuir el volumen del nefasto mercadeo del usar y tirar.
Sería tentador y un poco triste
pensar que, por culpa de la crisis económica, estamos abocados a entrar en una nueva fase de
acondicionamiento de los hogares centrada exclusivamente en el reciclaje de sus
objetos. Como esos países sin recursos donde los coches se reciclan hasta el
infinito a base de maña y necesidad. No es así. Muchos elementos domésticos,
como los gatos, tienen varias vidas y siempre ha sido así, incluso en las
mejores épocas de bonanza que podemos recordar.
Reciclar es un ejercicio de
responsabilidad para con nuestro entorno y, a la vez, una forma de aplicar el
ingenio al espacio que nos rodea. Una declaración de respeto al trabajo artesano
e industrial y una muestra de humildad
hacia un planeta en el que estamos de paso, cuyas piedras nos han de
sobrevivir.
Cama Favela de Edra, presentada en Milano el mes pasado. Los hermanos Campana han hecho del reciclaje una filosofía de trabajo con resultados fantásticos.
Muchas empresas han asumido de
forma seria este reto y proponen en sus catálogos productos que tienen una
cierta deuda con sus vidas pasadas, un alma cambiante y renovada. Hace poco
presentábamos en estas páginas unas mesas realizadas con los tablones
despintados de viejas barcas de pesca africanas y recordamos mil ejemplos
parecidos… Cuanto menos, las industrias están obligadas, en algunos casos por
ley, a explicitar el origen de algunos materiales naturales y la ausencia de
elementos dañinos en los artificiales, así como la posibilidad de reciclar los
elementos que componen sus productos.
Es una buena manera de encarar
este siglo tan complejo en el que nos hemos metido, desde la perspectiva del
diseño de interiores. Desde el respeto a nuestro delicado ecosistema y con el
gozo que producen estas transformaciones. No importa si adquirimos un mueble
con certificado de origen o le damos una mano de pintura a la vieja cajonera de
la abuela. En cualquier caso estamos ejerciendo una nueva y saludable forma de
mejorar el entorno.
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