Hasta principios de octubre es posible visitar la magnífica colección de estampas japonesas o Ukiyo-e, realizadas con la técnica del grabado policromado de madera, que expone el Museo del Prado. Las estampas representan escenas cotidianas de la vida en Japón con la sutileza y elegancia propias del arte de ese país.
Imagen de la exposición Estampas japonesas en el Museo del Prado. Hasta el 06 de octubre
Llama la atención poderosamente el tratamiento singular que los artistas dan a los fondos y objetos vitales donde se desenvuelve la vida de las cortesanas, los guerreros descansando y los campesinos de la época. Son espacios característicos de otra cultura que, sin embargo, se nos antojan extrañamente familiares, como si ya hubiéramos estado ahí. Escenarios apenas esbozados que recuerdan poderosamente aquellas estancias de la pintura holandesa del XVII, el humilde cuarto de Van Gogh o cualquier habitación restaurada de una masía de la actualidad. Y la madera siempre está presente en todos ellos con una materialidad que proviene de nuestro recuerdo más que de la habilidad del artista. Sabemos que el macetero es de madera porque lo hemos visto anteriromente.
La sencillez de estos espacios es su mayor virtud y, sin duda, el
billete que les permite viajar a través del tiempo y mostrar la fugacidad de la
vida humana en comparación con su propia longevidad. Qué poco han cambiado las
cosas en unos siglos y cuánto hemos cambiado las personas. La luz que moldea
las figuras desde alguna ventana que el artista suele situar en uno de los
lados de la obra es la misma luz que nos saluda por la mañana en las viviendas
de hoy, la que realmente da forma y sentido a los espacios habitables. La
bendición de las sombras que los japoneses trabajan como el principal elemento
decorativo de sus casas de papel de arroz, es parecida a la que matizan las
persianas de nuestra residencia lejos de la ciudad.
Imagen extraída del catálogo ENERGÍA NATURAL BY JOAN LAO
Los objetos escasos y preciados que sostienen en sus manos guardan
el mismo valor que los utensilios artesanos que descubrimos en un viaje o en un
anticuario y que invitamos a formar parte de nuestra vida. El sol y las sombras
acarician la superficie desgastada de estos objetos y apreciamos en ellos el
pálpito de la autenticidad por encima de otros atributos. Rendimos homenaje a
una visión relajada, lenta y respetuosa con los objetos creados por el hombre,
para defendernos de un mundo industrializado que nos avasalla con su producción
masiva de objetos. Acariciamos la madera a sabiendas de que es un bien escaso y
preciado que hay que administrar con sabiduría, como el agua, como el aire
puro. Lo mismo que hacemos con los metales, con el cuero, con tejidos de fibras
que nos regala la Naturaleza. Desde
que sabemos que el planeta y sus recursos no son infinitos, hemos recuperado la
actitud humilde del invitado agradecido y procuramos movernos con cuidado para
no agraviar a nuestro generoso anfitrión.
Los grabados japoneses nos hablan de otra época en la que estas
convicciones sobre el respeto al entorno no suponían un esfuerzo mental o un hábito adquirido sino una consecuencia lógica del
devenir de la vida. Por eso admiramos lo que nos muestran: un paisaje gestionado a base de madera que
siempre hemos llevado dentro de nuestro corazón.
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