Aunque no somos
conscientes,
nos sentimos atraídos de forma innata por lugares que reúnen características
que para nuestros antepasados podrían haber supuesto la diferencia entre la
vida y la muerte. El instinto de supervivencia también está ligado al
entorno, obviamente, y aún no lo hemos
olvidado del todo. Esto explica que, muchos milenios después, las viviendas más
caras y cotizadas suelen ubicarse en la cima de una colina o en la cara de un
acantilado, orientadas a amplias extensiones de agua. Aunque vivimos en
entornos que difieren mucho de los de nuestros ancestros, nuestros cerebros
arrastran marcados trazos hereditarios que explican nuestras preferencias por
determinados modelos espaciales como son los vinculados a la naturaleza y parte
del cableado cerebral responsable de esta inclinación es similar al involucrado
en nuestro deseo de comida y sexo. Desarrollamos una preferencia congénita por
localizaciones que nos permiten ver aquello que está ocurriendo a nuestro
alrededor (perspectiva) pero, al mismo tiempo, necesitamos sentirnos
resguardados y protegidos (refugio).
Estas interesantes conclusiones forman parte de la obra “Psicogeografía”
del canadiense Colin Ellard, neurocientífico cognitivo en la Universidad de
Waterloo, que colabora estrechamente con planificadores, arquitectos y
diseñadores urbanos, y es uno de los mayores expertos mundiales en la conducta de
las personas en relación con sus entornos.
La ciencia descubre las implicaciones
psicológicas que se derivan de los espacios donde desarrollamos nuestra vida y
explica a través de ellas algunas disfunciones urbanísticas y otras cosas que
nos parecían obvias, aún sin entenderlas. Ahora tiene más sentido, por ejemplo,
la necesidad de crear zonas verdes en las ciudades, incluso como respiraderos
para el alma desde las ventanas de los apartamentos.
Las aplicaciones de estos conocimientos de
cara a la salud son muy evidentes. Los entornos domésticos se pueden adaptar a
estas necesidades y, con ayuda de la domótica, orientar la atmósfera de una
sala o estancia al estado de ánimo de las personas, atenuando las luces,
maniobrando con las capas de música, los aromas, las ventanas o los equipos
audiovisuales. La idea es que el entorno nos acompañe en vez de permitir que
seamos nosotros quienes debamos amoldarnos a un espacio determinado. La casa se
convierte así, en una máquina de energía positiva pensada para hacerse a las
medidas mentales de cada persona. Conociendo nuestra predilección por
determinados tipos de imágenes relacionadas con la naturaleza es fácil prever
las preferencias ambientales de las personas especialmente en las ciudades y
preparar los espacios en consecuencia. El éxito de las empresas que instalan
imágenes retroiluminadas simulando paisajes a través de ventanas o claraboyas,
explica este dato.
Los diseñadores de
espacios
comerciales conocen perfectamente los trucos para conseguir que los clientes
permanezcan más tiempo en el entorno de la tienda: climatización, señal
olfativa, iluminación, espejos… Estrategias para aumentar la sensación de
bienestar de los clientes y su decisión de compra. En las viviendas los
objetivos deben ser muy diferentes (aunque las estrategias sean parecidas):
mejorar la calidad de vida, la salud de las personas y su capacidad de
crecimiento intelectual y humano. Nada sustituirá la experiencia de un paseo
por el monte, pero es bueno intentar fijar las sensaciones que provoca en
nuestro entorno vital.
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