Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

lunes, 13 de junio de 2016

La ciencia explica porqué nos gusta una casa frente al acantilado

Aunque no somos conscientes, nos sentimos atraídos de forma innata por lugares que reúnen características que para nuestros antepasados podrían haber supuesto la diferencia entre la vida y la muerte. El instinto de supervivencia también está ligado al entorno,  obviamente, y aún no lo hemos olvidado del todo. Esto explica que, muchos milenios después, las viviendas más caras y cotizadas suelen ubicarse en la cima de una colina o en la cara de un acantilado, orientadas a amplias extensiones de agua. Aunque vivimos en entornos que difieren mucho de los de nuestros ancestros, nuestros cerebros arrastran marcados trazos hereditarios que explican nuestras preferencias por determinados modelos espaciales como son los vinculados a la naturaleza y parte del cableado cerebral responsable de esta inclinación es similar al involucrado en nuestro deseo de comida y sexo. Desarrollamos una preferencia congénita por localizaciones que nos permiten ver aquello que está ocurriendo a nuestro alrededor (perspectiva) pero, al mismo tiempo, necesitamos sentirnos resguardados y protegidos (refugio).


Imágenes de la casa Na Xemena en Ibiza, proyectada por Ramón Esteve, fotos de Eugeni Pons

Estas interesantes conclusiones forman parte de la obra “Psicogeografía” del canadiense Colin Ellard, neurocientífico cognitivo en la Universidad de Waterloo, que colabora estrechamente con planificadores, arquitectos y diseñadores urbanos, y es uno de los mayores expertos mundiales en la conducta de las personas en relación con sus entornos.
La ciencia descubre las implicaciones psicológicas que se derivan de los espacios donde desarrollamos nuestra vida y explica a través de ellas algunas disfunciones urbanísticas y otras cosas que nos parecían obvias, aún sin entenderlas. Ahora tiene más sentido, por ejemplo, la necesidad de crear zonas verdes en las ciudades, incluso como respiraderos para el alma desde las ventanas de los apartamentos.


Las aplicaciones de estos conocimientos de cara a la salud son muy evidentes. Los entornos domésticos se pueden adaptar a estas necesidades y, con ayuda de la domótica, orientar la atmósfera de una sala o estancia al estado de ánimo de las personas, atenuando las luces, maniobrando con las capas de música, los aromas, las ventanas o los equipos audiovisuales. La idea es que el entorno nos acompañe en vez de permitir que seamos nosotros quienes debamos amoldarnos a un espacio determinado. La casa se convierte así, en una máquina de energía positiva pensada para hacerse a las medidas mentales de cada persona. Conociendo nuestra predilección por determinados tipos de imágenes relacionadas con la naturaleza es fácil prever las preferencias ambientales de las personas especialmente en las ciudades y preparar los espacios en consecuencia. El éxito de las empresas que instalan imágenes retroiluminadas simulando paisajes a través de ventanas o claraboyas, explica este dato.



Los diseñadores de espacios comerciales conocen perfectamente los trucos para conseguir que los clientes permanezcan más tiempo en el entorno de la tienda: climatización, señal olfativa, iluminación, espejos… Estrategias para aumentar la sensación de bienestar de los clientes y su decisión de compra. En las viviendas los objetivos deben ser muy diferentes (aunque las estrategias sean parecidas): mejorar la calidad de vida, la salud de las personas y su capacidad de crecimiento intelectual y humano. Nada sustituirá la experiencia de un paseo por el monte, pero es bueno intentar fijar las sensaciones que provoca en nuestro entorno vital.

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