No puedo evitar acordarme de esta y otras películas de sci-fi, donde aparece el recurrente huerto espacial, cada vez que me encuentro con un pequeño, comprometido y rebelde huerto urbano. El primero que conocí es el ingenioso Leopoldo, a base de bolsas de material plástico a modo de estantes cultivables. Era uno de los must del siempre adelantado Vinçon. Luego han aparecido muchos otros huertos modulares, a punto de cosecha, esperando el urbanita con mala conciencia que los pusiera en marcha.
En la actualidad existe un floreciente industria alrededor de esta acertada idea que mueve contenedores, sustratos especiales, semillas de plantas enanas, cursillos, talleres y especialistas. El huerto urbano, como dicen sus apasionados defensores, es algo más que cultivar tomates baby en el balcón. Es un estilo de vida.
Leopoldo de Santa&Cole, el primer huerto modular
Es obvio que la zanahoria o los fresones cultivados en un huertecito terracero son inifinitamente más caros que los que podemos encontrar en el super de la esquina. Pero, ni de lejos saben tan bien. No importan el esfuerzo, cuidados, abonos especiales, riegos programados y toda la parafernalia que piden los huertos urbanos... es un gasto de energía tremendo que los aficionados convierten en un pasatiempo adictivo y, por lo tanto, vale la pena.
Huerto urbano de Leroy Merlin
Hay algo de náufragos en la gran ciudad en este afán por volver a las raíces agrícolas, ensuciarse las manos de tierra y ver cómo crecen las hortalizas desde el brote hasta la mesa. Hay una mirada atrás nostálgica y también un cierta sensación de desamparo en la deshumanizada vida urbana. Aunque no hayamos entrado en este apasionante mundo del cultivo casero, miramos con envidia la ensalada de nuestro amigo el ecológico y, sobre todo, el brillo de los ojos con que nos muestra ilusionado su última cosecha.
Habrá que probar...
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