Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

viernes, 20 de septiembre de 2013

La casa como escenario mágico

Tengo un amigo que es prestidigitador y me ha enseñado un par de trucos sorprendentes, pero también me ha descubierto algo mucho más importante: la estética agazapada en su profesión. Lo esencial, según dice, no es el ardid sino la presentación del mismo, la lírica que lo envuelve y que convierte en experiencia compartida algo tan simple como un juego de manos. Lo que cuenta no es deslumbrar el ojo de los espectadores con trucos que requieren más o menos habilidad sino ese instante de poesía que el juego provoca cuando los sentidos, engañados por la habilidad del mago, creen en algo que no es. Ese momento mágico en que las cartas desaparecen inadvertidamente y se transportan por el aire de un sitio a otro o en que la moneda cambia de bolsillo de forma increíble. No importa que conozcas la artimaña y la veas mil veces. El sobresalto interior es siempre el mismo y la poesía de ese instante nunca se marchita.


Camas que levitan, pianos de cola, focos teatrales, los interioristas de este apartamento equipado por la firma Lago, se han currado el escenario para hacer magia.

Si pudiéramos hacer esos juegos en la vida real tal vez seríamos capaces de cambiar las cosas con un hechizo, reparar algunos errores o simplemente volver al pasado y hacer que todo sea diferente. Nada por aquí, nada por allá… y volvemos a empezar. Pero la vida, como ya sabemos, es un terreno muy árido para la poesía y dosifica la magia con riguroso cuentagotas.
En cambio, nos movemos en un espacio, la vivienda, que funciona casi siempre como un verdadero escenario para la magia blanca, un lugar donde casi todo es posible. Los interiores se escamotean y juegan con nuestros sentidos buscando también ese instante de encantamiento especial que convierte nuestra casa en terreno de lo irreal. Fabricantes y diseñadores proporcionan buenos juegos de ilusionismo: puertas que aparecen y desaparecen, estancias que se transforman. Cocinas que semejan parte del estar, comedores integrados, dormitorios polivalentes y camas que asoman de sitios inesperados. Luces artificiales -cuya orientación preocupa siempre a los magos porque pueden ayudar o arruinar un juego-, que recrean regiones mágicas, espacios de intimidad o de trabajo. Vistas exteriores que se cuelan en casa y espacios que se multiplican visualmente con espejos o colores claros, con luz o trucos de interiorista experto. Después de todo, los buenos profesionales siempre saben cómo solucionar un problema aunque, para ello, deban sacar un conejo de su chistera.



Creer en algo que no es posible es el primer paso para que lo sea, es creer en el futuro, en la capacidad infinita que poseemos para cambiar las cosas, en que no todo tiene que ser como el destino parece haber dispuesto. En que se pueden barajar las cartas y repartir otra vez… No importa si todo eso no sirve de nada ya que, aunque no lo consigamos, la ilusión de la magia nos acompaña y nos da energía para volver a intentarlo.
Muchos artistas plásticos, además de arquitectos, diseñadores, encantadores y hechiceras, nos recuerdan con su trabajo que mirar las cosas con ojos de niño es volver a la inocencia, a un tiempo en que todo era posible y la utopía se tiraba al suelo para jugar con nosotros. Cuando creíamos que eran realizables algunas cosas tan simples como hacer un mundo mejor, a nuestra medida, para todos. Las ilusiones y el ilusionismo tienen una etimología común. No debemos renunciar a todo ello.



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