Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito

Diseño de interiores: la Ventana de Marcel Benedito
Casa Sardinera de Ramón Esteve. Foto: Mariella Apolonio

miércoles, 31 de julio de 2013

Huevos estrellados, el mejor remedio contra el colesterol del diseño

El verano es un momento excelente para dejar descansar el diseño y llenar los sentidos con otros estímulos muy diferentes que nos limpien las neuronas racionales de tanta geometría y tanto plástico tenaz. Aprovechemos la visita al pueblo de los abuelos para ejercitar actos elementales que la ciudad, el trabajo y el coche nos impiden hacer durante el resto del año (aparte de zamparnos un cocido maragato con garbanzos).

Empecemos por dejar que la vista se pierda en el horizonte y los ojos se relajen de los planos cortos, las pantallas táctiles y la letra impresa o digitalizada. Al fin y al cabo el ojo no está diseñado para enfocar tanto rato de cerca. Descubramos las texturas de los objetos artesanos, las cerámicas bastas, el cristal sin pulir, las maderas nudosas, las paredes encaladas y las piedras rudas. No desdeñemos las puntillas, los cortinones y las persianas de caña que evitan que el sol y las moscas se cuelen en la frescura de casa.


Volvamos la vista a la naturaleza que, al fin y al cabo, es lo que hacen los diseñadores consagrados, los muy canallas, todo el invierno cuando se encierran en sus residencias rústicas para concentrarse en su obra y crear en un entorno natural. El mar y las montañas les sirven de telón de fondo, los bosques les ofrecen interminables paseos y la nieve es un lienzo en blanco sobre el que empezar a trabajar. Así cualquiera crea…

Ya estoy oyendo las voces disconformes y cabreadas de tantos profesionales que se encierran en su estudio bajo la halógena con el ruido de fondo del tráfico ahogado por una aria de Verdi. Vale. La mayoría no disfrutan de tales paraísos en sus encierros creativos. Pero ahora mismo podría dar al menos tres nombres de los que sí lo hacen. O cuatro…
La naturaleza es su mejor fuente de inspiración. Pues vamos a hacer como ellos y dejemos que la naturaleza (y los huevos fritos estrellados) reparen las grietas del alma y nos devuelvan convenientemente repuestos al duro setiembre. Un poco de colesterol bueno no le hace daño a nadie y, de paso, rebajaremos el colesterol malo de la estética obsesiva. Tanto diseño…

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