Empecemos por dejar que la vista se pierda en el horizonte y los ojos se relajen de los planos cortos, las pantallas táctiles y la letra impresa o digitalizada. Al fin y al cabo el ojo no está diseñado para enfocar tanto rato de cerca. Descubramos las texturas de los objetos artesanos, las cerámicas bastas, el cristal sin pulir, las maderas nudosas, las paredes encaladas y las piedras rudas. No desdeñemos las puntillas, los cortinones y las persianas de caña que evitan que el sol y las moscas se cuelen en la frescura de casa.
Volvamos la vista a la naturaleza que, al fin y al cabo, es lo que hacen los diseñadores consagrados, los muy canallas, todo el invierno cuando se encierran en sus residencias rústicas para concentrarse en su obra y crear en un entorno natural. El mar y las montañas les sirven de telón de fondo, los bosques les ofrecen interminables paseos y la nieve es un lienzo en blanco sobre el que empezar a trabajar. Así cualquiera crea…
Ya estoy oyendo las voces disconformes y cabreadas de tantos
profesionales que se encierran en su estudio bajo la halógena con el ruido de
fondo del tráfico ahogado por una aria de Verdi. Vale. La mayoría no disfrutan
de tales paraísos en sus encierros creativos. Pero ahora mismo podría dar al
menos tres nombres de los que sí lo hacen. O cuatro…
La naturaleza es su mejor fuente de inspiración. Pues vamos
a hacer como ellos y dejemos que la naturaleza (y los huevos fritos
estrellados) reparen las grietas del alma y nos devuelvan convenientemente
repuestos al duro setiembre. Un poco de colesterol bueno no le hace daño a
nadie y, de paso, rebajaremos el colesterol malo de la estética obsesiva. Tanto
diseño…
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